martes, 30 de agosto de 2022

PETION: OTRO GRAN OLVIDADO DE LA INDEPENDENCIA



El papel decisivo de Haití en las independencias de Latinoamérica

“Somos hermanos de África, le dice. Hijos de los hombres traicionados, traídos a la fuerza y esclavizados sin sentido. Somos su simiente, el eco de sus voces clamorosas. Veo en ti los rostros de los ancestros sacrificados a la sed de la loba blanca y escucho el rugir de los cueros y los cantos que no respetan cadenas ni grilletes. Tú, tu sangre negra, tu sable desnudo traerá libertad a nuestros hermanos esclavizados en el continente, lo presiento. Fue la única condición que puse a Bolívar para apoyar su expedición: la emancipación de los esclavos” [1].


Éstas son las solemnes palabras extraídas de un capítulo que ha desaparecido de la Historia universal. El presidente de la recién nacida Haiti, Alexandre Pétion, habla en nombre de todos los desterrados de África. Se hace portavoz del sufrimiento del hombre negro esclavizado e intercambia algunas de sus preocupaciones con Juan Prudencio Padilla, un navegante prometedor de la Nueva Granada, un negro nacido en Riohacha, que destaca por su intrepidez y astucia. En ese momento, ante el presidente haitiano, el joven navegante no sabe todavía que terminará siendo un destacado almirante y prócer de la independencia colombiana. Y, aunque ha podido vislumbrar algunos de sus grandes logros, todavía desconoce el papel definitivo de Simón Bolívar, el Libertador, a quien aceptó como líder absoluto en la emancipación de las Américas.


La escena extraída de la novela “Allá en la Guajira arriba”, del autor colombiano Oscar Perdomo Gamboa, revive un momento clave en la emancipación del Nuevo Mundo. Simón Bolívar se reencuentra en su exilio con figuras claves de su futuro proyecto (la Gran Colombia), pero sobre todo, escapa de la sombra de una de sus mayores derrotas. El hombre se siente solo ante una realidad difícil de aceptar: la independencia que parecía imparable desde la declaración de la Segunda República de Venezuela en 1813 –y que le concedió el título de Libertador- se ha revertido en su contra, de tal forma que Bolívar tiene que huir primero a Jamaica y, luego, a Haití.


La república de Haití es ahora la base de todo. Un punto de unión y de inflexión. Aquí se construye la “reconquista” del sueño libertador. Simón Bolívar aprovecha la invitación del presidente de la primera república negra para reponerse de la grave depresión en la que cayó y diluir el fantasma del suicidio que le abordó en su exilio en Jamaica. Ese gran Libertador que brilló con la declaración de la Primera República de Venezuela (en 1810), el que se aprovechó de la debilidad del reino de España, no es más que una sombra de sí mismo, y ahora necesita ayuda ante la falta de apoyo de los británicos y la persecución incesante de los españoles.

Independiente desde el año 1804, y segundo país de América en romper sus lazos con la metrópoli, Haití se ha convertido -más allá de la revolución francesa- en un gran símbolo de la libertad en las Américas. De hecho, tras la victoria sobre los ejércitos colonialistas de Inglaterra, España y Francia, Alexandre Pétion convierte su país en una base esencial de apoyo a las luchas libertarias del continente latinoamericano. Primero, ofrece a Francisco de Miranda la “Espada Libertadora de Haití” que simboliza la expulsión de los franceses. También se confecciona allí, en Haití, la bandera de color amarillo, azul y rojo que representará el despertar de la Gran Colombia. El 12 de marzo de 1806, en la bahía de Jacmel (Haití) ondean por primera vez los colores de tres naciones latinoamericanas. En ese momento, Francisco de Miranda hace su famoso juramento: “Juro ser fiel al libre pueblo de Sur América, independiente de España, y servirle honesta y lealmente contra sus enemigos y opositores y observar y obedecer las órdenes del supremo gobierno de este país legalmente constituido y a las órdenes del general y oficiales superiores a mí”.




Casi diez años más tarde, en 1815, Pétion culmina su estrategia geopolítica dando asilo al político argentino Manuel Dorrego -quien se destaca prontamente como uno de los principales referentes del federalismo rioplatense (y llegará en 1820 y en 1828 a ser gobernador de la provincia de Buenos Aires)-, e invitando Simón Bolívar a retomar la lucha por la independencia americana. Esta oferta viene acompañada de un apoyo apreciable: armas, barcos y soldados. Se estima que Pétion pone a la disposición del Libertador más de 6.000 fusiles con sus bayonetas, municiones, plomo, víveres, una imprenta completa, el flete de algunas goletas y una importante suma de dinero. La principal condición impuesta por el presidente Alexandre Pétion al Libertador es la de decretar la abolición de la esclavitud en América, acuerdo que asume el propio Bolívar y que ambos líderes firman.
La ayuda no se detiene ahí. Las primeras acciones de Bolívar fracasan en Occumare (1816, Venezuela) y el Libertador tiene que regresar a la isla de Haití para solicitar nuevamente ayuda a Alexandre Pétion. Esta vez la ayuda se extiende a otros aliados del Libertador, como el general José Francisco Bermúdez, José Prudencio Padilla o Manuel Piar, recordándoles a todos los ideales de libertad universal, y la necesidad de incluir en ese concepto a negros e indios.


Más tarde, cuando la victoria sobre los españoles es una evidencia y el proyecto de la Gran Colombia se hace más nítido que nunca, las palabras de Simón Bolívar confirman su eterna admiración y agradecimiento hacia Alexandre Pétion: «Perdida Venezuela y la Nueva Granada, la isla de Haití me recibió con hospitalidad: el magnánimo Presidente Pétion me prestó su protección y bajo sus auspicios formé una expedición de trescientos hombres comparables en valor, patriotismo y virtud a los compañeros de Leónidas. ¡Gracias al pueblo de Haití mis compatriotas serán nuevamente libres!» [2].
Alexandre Pétion recibió de su pueblo haitiano el apodo de “Papa bon ke” (Papá de buen corazón, en criollo) como consecuencia de una reforma agraria que generó la ilusión de los campesinos (antiguos esclavos). Pero ese sentimiento también se observa en otros lugares de Latinoamérica donde se cultiva la memoria de las independencias. En Colombia, en la ciudad de Cali, se inauguró en 2013, en pleno bulevar de la Avenida Colombia, un busto en resina y fibra de vidrio en homenaje a Alexandre Pétion [3]. «Esto es un acto de reafirmación con el pueblo haitiano», expresó Ray Charrupi, director de la organización Chao Racismo, en el acto oficial. Es, en realidad, la mejor forma de decirle al pueblo haitiano que también es el padre de las independencias latinoamericanas.


Autor: Johari Gautier Carmona
@JohariGautier


Referencias:
[1] Allá en la Guajira arriba (Caza de libros, 2016), Oscar Perdomo Gamboa, página 113.
[2] ¿Qué habría hecho Bolívar sin Haití?, Pedro Arciniegas Rueda, El Tiempo (Colombia), 27 de enero del 2010.
[3] Se inauguró busto de Alexandre Pétion en el Bulevar de la Avenida Colombia. El País (de Calí). 15 de septiembre del 2013.


dp 



lunes, 29 de agosto de 2022

EL MIMBRERO DE AVELLANEDA




¿Cómo hacía Don Angel, “El mimbrero de Avellaneda”, para colgar de su carro todos los muebles y cosas de mimbre que exhibía, sin que se caiga nada?. Nunca se podrá responder esta pregunta. 


Eran muy buenos los plumeros que vendía, de todo tipo de tamaño, pero de calidad y durabilidad. Sillas, bancos, sillones, canastas, lo que se podía fabricar con el noble mimbre de uso tan popular.

 

Lo conocí con un caballo que tiraba un carro y este cargado al tope con sus productos, que voceaba por toda Avellaneda y siempre caminando al costado del transporte. Luego se modernizó y se las ingenió para montar tan equilibrada estructura sobre una camioneta o auto adaptado, que si mal no recuerdo era un Rambler Clasic de color rojo. Pero ya estoy hablando de finales de los años 60 o principios de los 70. 


Don Angel Barbella vivía en la calle Sarmiento al 400, pleno centro de Avellaneda, a media cuadra de la Av. Roca, en un chalet que hoy en día está idéntico a como estaba hace 60 años.


“Vea Doña…vea Don…” voceaba el vendedor, dando un color y calidez a las calles que caminaba, dotando a Avellaneda de una magia tan particular. ¿Que vecino nunca le compró nada?. Deben ser muy pocos. Hace pocos meses terminé de quemar un viejo cesto para ropa sucia, que seguramente le compraron a él. Se estaba deshaciendo y lo usé como iniciador de fuego para los asados.


A Don Angel lo miraba maravillado, con el asombro de casi ver a un artista de circo, por tamaña hazaña al conducir un artefacto monstruoso con completo dominio sobre el jamelgo y el equilibrio milagroso de su carga.


Mis padres siempre nos llevaban casi en frente de su casa, a la sede del Club Renacimiento, Filial Avellaneda, perteneciente a la colectividad ucraniana, donde papá fue Presidente por unos 20 años. Yo tenía el privilegio de saber donde vivía este super héroe y así conocer su base de acción, privilegio que pocos conocían porque su calle, al estar cortada en la cuadra anterior, tenía poca circulación de tránsito. Nunca lo dije pero podía jactarme de saber donde estaba la Baticueva.


La nostalgia me gana nuevamente. Que recuerdos de un mundo tan distinto y lejano en el tiempo, aunque para mi fue ayer nomás.


Salud Don Angel. Ud es parte de mi bella infancia, para siempre.




dp








domingo, 28 de agosto de 2022

UCRANIANOS: 125 AÑOS EN LA ARGENTINA


125 años de la llegada de los primeros inmigrantes ucranianos a Misiones





Un día como hoy, pero hace 125 años atrás, un grupo de familias ucranianas y polacas, acompañadas de un italiano, se radicaron en Apóstoles, provincia de Misiones. 


Estos primeros colonos ucranianos lucharon por adaptarse a las condiciones climáticas bastante diferentes de las de su Ucrania natal, y, finalmente, en gran parte pasaron a atender los cultivos que eran apropiados para sus nuevos hogares, tales como la caña de azúcar, arroz, tabaco y sobre todo, yerba mate.


Citamos las palabras del historiador Esteban Snihur: “Lo que probablemente nadie avizoró fue que aquel grupo que llegaba el 27 de agosto de 1897, que apenas sobrepasaba las sesenta personas, desataría una oleada de inmigrantes incontenible de aproximadamente 6.000 personas que ingresarían al sudeste de Misiones en el período 1898-1904, generando el poblamiento de las colonias de Azara, San José, Tres Capones, Las Tunas, San Isidro, etc. Abriendo con ello una nueva etapa en el poblamiento del Territorio Nacional de Misiones.”


Hoy recordamos a todos aquellos pioneros que dejaron una huella importante en nuestra provincia. A ellos, que con mucha valentía iniciaron una larga travesía apostando por un futuro mejor, lleno de esperanza, y a su vez, de mucho sacrificio. 


En honor a nuestros ancestros.




Fuente: Colectividad Ucraniana de Oberá




dp 






sábado, 27 de agosto de 2022

EL GAUCHO RIVERO



Investigación histórica de Pablo Hernández y Horacio Chitarroni.


El 26 de agosto último se celebro el 170º aniversario de la heroica sublevación de un grupo de gauchos e indios en las Islas Malvinas, acaudillados por el gaucho Rivero, un precursor de la unidad de las banderas de la justicia social y de la soberanía nacional en las luchas populares.

1833 no fue un buen año para la Confederación Argentina. Don Juan Manuel de Rosas, a pesar de la ayuda que ha brindado a los Treinta y tres orientales es, todavía, solamente el astuto estanciero de Los Cerrillos; no se ha plasmado aún en plenitud su personalidad de gran caudillo nacional.


Ha finalizado su primer gobierno de Buenos Aires en diciembre de 1832, ha rechazado en varias oportunidades su reelección en la Sala de Representantes, y marcha a la expedición al desierto.

Lo sucede en el gobierno de la provincia Juan Ramón Balcarce, un federal íntegro aunque moderado, que empieza por cometer el error de designar ministro de guerra a su primo Enrique Martínez, cabeza de los “lomonegros” y de la política antirrosista.

Al déficit económico público habría que sumar los estragos producidos por las continuas sequías, y ahora también el reclamo por parte de la Casa Baring del préstamo otorgado durante la administración de Rivadavia en 1824.

La esposa de Rosas, doña Encarnación Ezcurra, acosada en Buenos Aires, le escribe al brigadier general en campaña: “… lo mismo me peleo con los cismáticos que con los apostólicos débiles, pues los que me gustan son los de hacha y tiza”. Es que se está gestando -misteriosamente, en forma lenta pero firme- la Revolución de los Restauradores.

Mientras, muy lejos de Buenos Aires, se había producido la usurpación británica a las Islas Malvinas por los marinos ingleses de la corbeta Clío. El capitán Oslow había dejado encargado al colono irlandés William Dickson la administración del archipiélago, y la misión de izar el pabellón británico cada vez que un barco se aproximara a puerto.

El gobernador Luis Vernet había renunciado a su cargo en marzo de 1833 a fin de evitarse problemas con Gran Bretaña; regresó a Buenos Aires, pero siguió desarrollando normalmente, con la autorización inglesa y a través de sus capataces, la administración de sus negocios particulares en la colonia de Puerto Louis.

Desde tiempo atrás, un vivo descontento cundía entre los peones de Vernet, en razón de la explotación a que eran sometidos. Además, la paga se les abonaba no en dinero, sino en vales emitidos por el propio ex-gobernador, y que para colmo Dickson, que oficiaba a la vez de despensero de la colonia, no aceptaba.

Por otra parte, les prohibían matar ganado manso para alimentarse, obligándolos a cazar animales chúcaros. La indignación creció cuando luego de la usurpación se comprobó que los explotadores actuaban en perfecta armonía con los extranjeros que izaban la insignia británica.

Lo cierto es que el 26 de agosto de 1833 un grupo de ocho peones, todos analfabetos, acaudillados por el gaucho entrerriano Antonio Rivero, se sublevó y atacó a los encargados del establecimiento, dando muerte a cinco personas, entre ellas al capataz Simón y al despensero William Dickson. Luego se instalaron en la vivienda principal, arriaron la bandera inglesa e izaron la azul y blanca.

En días subsiguientes, el resto de los colonos cuyas vidas habían sido respetadas pudieron escapar y permanecieron refugiados en el pequeño islote Peat. Así, ambos grupos vivieron separados durante varios meses, sufriendo avatares diversos.

Finalmente, los primeros días de 1834, dos buques británicos llegan a la isla Soledad para recuperar la usurpación, organizando una partida armada para capturar a los gauchos, los que a su vez sufren una traición y una deserción antes de huir al interior de la isla.



No les resultó fácil a los ingleses, que necesitaron enviar varias expediciones, pero por fin logran apresar a los peones, engrillarlos y conducirlos detenidos a Gran Bretaña para ser juzgados.

Allí permanecen por varios meses presos hasta que el ministerio fiscal, estudiados los antecedentes del caso, le aconseja al Almirantazgo dejarlos en libertad y embarcarlos de vuelta a Buenos Aires, lo que así ocurre.

Se ha afirmado -aunque sin demostrarlo- que el gaucho Antonio Rivero perdió la vida mucho después, luchando valientemente para la Confederación en el combate de la Vuelta de Obligado.

Hasta aquí los hechos. Ahora, veamos la actitud de los historiadores.

En primer lugar, el dictamen de la Academia Nacional de la Historia de 1966 de Ricardo Caillet Bois y Humberto Burzio, que considera al grupo de patriotas que recuperó fugazmente el territorio arrebatado por la prepotencia imperial como simples “delincuentes”, ya que, luego de analizar documentos exclusivamente de origen británico, concluye que “ningún deseo de reivindicación nacional movió a esos hombres. Aparentemente ellos estaban molestos porque no se les pagaba debidamente por sus tareas”.

Otras corrientes distintas de la historiografía oficial interpretan de manera diversa el levantamiento de los gauchos de Malvinas. Por ejemplo, desde la revista Todo es historia de Félix Luna, Juan Lucio de Almeida opta por una posición intermedia: si bien no puede probar que Rivero actuó “movido por patriotismo”, tampoco “su acto fue el de un criminal común”.

El revisionismo histórico tradicional, por su parte, rescata la figura de Rivero, pero poniendo sólo el acento en los móviles patrióticos que impulsaron su acción, dejando de lado los condicionantes de la reivindicación social.

Por último, es notable cómo en todos los documentos testimoniales de fuentes británicas se habla de “gauchos y de indios” con una innegable connotación de salvajismo y barbarie.

Si se nos permite ahora, nuestra propia opinión -o lectura historiográfica- es que, de lo que hemos leído sobre el gaucho Rivero, la perspectiva de Pablo Hernández y Horacio Chitarroni, la de José María “Pepe” Rosa, y el trabajo de Fermín Chávez son los únicos que develan la cuestión central en el levantamiento malvinero de 1833, que es el de la unidad y coherencia de las luchas sociales y nacionales, de la justicia social y de la soberanía nacional, de las reivindicaciones populares y las patrióticas.

El gauchaje iletrado de entonces, criollos por cuyas venas corría sangre aborigen (de “nuestros paisanos los indios”, gustaba llamarlos San Martín), al igual que el pobrerío de hoy, no podrá explicar cabalmente ni la filiación de los agresores, ni el “significado profundo de la lucha”, pero se dolía ya, y se duele todavía, de la patria y la dignidad agredidas.

Como sostiene “Pepe” Rosa: “Basándolos en interrogatorios en inglés del curioso proceso, nos aclaran que Rivero era un gaucho peleador, tal vez de malos antecedentes y que se juntaba con antiguos confinados. Pero también Martín Fierro era un gaucho peleador, de malos antecedentes, y que se juntaba con matreros como él”.

Lo cierto es que por la misma época en que el analfabeto gaucho Antonio Rivero daba testimonio viviente de ello en las heladas tierras australes, el Padre de la Patria, el general José de San Martín, escribía: “Pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben siempre defender su independencia”.

Fuente: Sitio de Felipe Pigna. https://www.elhistoriador.com.ar/el-gaucho-rivero/


dp 




jueves, 25 de agosto de 2022

HACE 50 AÑOS...ALEJANDRA PIZARNIK

 


La última poeta surrealista.


Escritora y traductora argentina, Pizarnik desarrolló una de las obras literarias más asombrosas del siglo XX. Sus versos, en constante tensión entre el automatismo surrealista y la exactitud racional, atraviesan la propia vida de la poeta, adentrándonos en su nostalgia por la infancia perdida, atracción por la muerte, profundo intimismo y deseo de ser amada y reconocida.




Por Aitana Palomar S.





En la madrugada del 25 de septiembre de 1972, Alejandra Pizarnik se dirigió al despacho que tenía en su departamento en Buenos Aires. Cogió una tiza, se aproximó al pizarrón que había en la pared y escribió: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Luego regresó a su habitación, ingirió cincuenta pastillas de Seconal sódico y murió. A los 36 años, Pizarnik abandonó la vida, dejando a su paso uno de los legados poéticos más importantes de la literatura latinoamericana.


ORÍGENES Y PRIMERAS INFLUENCIAS

Hija de Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, inmigrantes ucraniano-judíos, Flora Alejandra Pizarnik nació en Buenos Aires el 29 de abril de 1936. Poco antes de que ella llegara a la familia, Elías y Rejzla (quienes cambiaron su apellido original al llegar a Argentina) habían tenido a Myriam, la hermana mayor. La relación entre Myriam y Alejandra no fue fácil. La primera, rubia, educada y hermosa, encarnaba el ideal de hija perfecta que deseaba su madre. La segunda, en cambio, era una niña frágil y rebelde, condicionada por sus crisis asmáticas y la tartamudez que lastró su autoestima.

Durante la infancia, Alejandra Pizarnik empezó a sentirse fuera de lugar. Sufría por las constantes comparaciones con su hermana mayor y su condición de extranjera en Argentina. Lejos de Europa, la pequeña familia de cuatro estaba a salvo de la Segunda Guerra Mundial, pero la sombra del conflicto no dejó de acecharles prácticamente todos sus parientes fueron perseguidos en Rivne, Ucrania, y perecieron en el Holocausto.

Conmovida por la presencia de la muerte e incómoda al reconocerse como un “ser distinto”, la Pizarnik adolescente desarrolló un carácter caótico, subversivo e inestable. Se volcó en su pasión por la literatura, recorriendo las mejores obras de filosofía, existencialismo y poesía. Leyó a Proust, Joyce, Artaud, Rimbaud, Baudelaire, Rilke y los surrealistas. Sufrió problemas de autopercepción física, se obsesionó con su peso corporal y empezó a desarrollar una adicción por los fármacos. Al mismo tiempo, desató su escritura, impulsada por el deseo de sobresalir, triunfar y ser reconocida.


APROXIMACIÓN AL SURREALISMO

Al terminar la secundaria, Alejandra Pizarnik se matriculó en Filosofía en la Universidad de Buenos Aires y en la Escuela de Periodismo. En aquella época, acudió como reportera al Festival de Cine de Mar del Plata en 1955, pero pronto dejó a un lado el periodismo para priorizar sus intereses artísticos. Debido a su autoexigencia, Pizarnik era incapaz de permanecer en un sitio, así que abandonó la educación universitaria para entregarse únicamente a su escritura.

Una figura importante en su etapa como estudiante fue el Catedrático de Literatura moderna Juan Jacobo Bajarlía, quien corrigió sus primeros textos, le presentó a su primer editor, Arturo Cuadrado, y a los surrealistas, entre ellos, el pintor Juan Batlle Planas. Interesada por la figuración metafórica y las siluetas espectrales de la pintura de Batlle, Pizarnik comenzó su formación artística con él. A partir de entonces, los tintes surrealistas quedaron impregnados para siempre en su estilo poético.

Pese a estar en una etapa de expansión creativa, el asma y la tartamudez de la joven la condujeron a un aprisionamiento somático. Su padre, que siempre la había cuidado y protegido, le cubrió económicamente las sesiones de terapia con el psicoanalista León Ostrov y costeó los gastos de su primer libro, La última inocencia, publicado en 1956.

El psicoanálisis no solo ayudó a Pizarnik a gestionar su ansiedad y restituir su autoestima, sino que también le abrió las puertas al inconsciente, un nuevo mundo en el que indagar. Fusionando literatura con su creciente interés por la subjetividad, la escritora empezó a desarrollar una voz poética que se sumergía en lo onírico y la búsqueda de la identidad, recorriendo temas como la nostalgia por la infancia perdida, la muerte, la extranjería o la relación entre la vida y la poesía, a través de un profundo intimismo y sensualidad.


REFUGIO LITERARIO EN PARÍS

En 1960, a los 24 años, Alejandra Pizarnik decidió trasladarse a París. Allí encontró un refugio literario y emocional. Trabajó en la revista Cuadernos y en diversas editoriales francesas. Publicó poemas y críticas en varios periódicos y, además, tradujo a Antonin Artaud y Marguerite Duras, entre otros autores franceses, trabajando siempre en ambientes que le ayudaban a perfeccionar su propio lenguaje.




"Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta" escribió Pizarnik a su vuelta de París.



Dada su inagotable sed intelectual, Pizarnik estudió Literatura Francesa e Historia de la Religión en la Sorbona. Fue entonces cuando conoció a varios escritores con los que forjó una amistad que duró toda la vida, entre ellos Julio Cortázar (Pizarnik decía que ella era la Maga de Rayuela), Rosa Chacel y Octavio Paz (quien redactó el prólogo para su reconocida obra Árbol de Diana en 1962).

Cuatro años más tarde, Alejandra Pizarnik regresó a Buenos Aires habiendo madurado como poeta. Justo en ese momento solo necesitaba tiempo para volcar su torrente literario en las páginas y expandir su obra. “Nada pretendo en este poema si no es desanudar mi garganta”, escribió.


CREACIÓN DE LOS POEMAS

Después de París, Alejandra Pizarnik publicó tres de sus principales volúmenes: Los trabajos y las noches (1965), Extracción de la piedra de locura (1968) y El infierno musical (1971). Su poesía oscilaba entre el automatismo surrealista y la voluntad de exactitud racional. Eran piezas sin énfasis, a veces incluso sin forma, como anotaciones y alusiones de un diario personal. Ventanas metafóricas, espacios para la reflexión.

En 1967, su querido padre murió de un infarto en Buenos Aires. A partir de entonces, tanto los versos como las entradas diarísticas de Pizarnik se tornaron más oscuras. “Muerte interminable, olvido del lenguaje y pérdida de imágenes. Cómo me gustaría estar lejos de la locura y la muerte (...). La muerte de mi padre hizo mi muerte más real”, escribió la autora.

La intrínseca unión entre su apasionada poesía y su vida quebrada por la pérdida llevó a Alejandra Pizarnik a sufrir diversas crisis depresivas y problemas de ansiedad. En 1968, se mudó junto a su pareja, la fotógrafa Marta Moia, pero eso no evitó que la tristeza perdurara y su adicción por las pastillas aumentó.




"Alguna vez / alguna vez tal vez / me iré sin quedarme / me iré como quien se va".



MUERTE Y LEGADO LITERARIO

A finales de los sesenta e inicios de los setenta, Alejandra Pizarnik recibió la beca Guggenheim y la beca Fullbright en reconocimiento por la calidad de su obra. Pero la depresión persistió, conduciéndola a una clausura progresiva y a un primer intento de suicidio en 1970, afligida por el dolor y la necesidad de atención y amor. Su íntimo amigo Julio Cortázar le suplicó en la última carta: “No te quiero así, yo te quiero viva, burra, y date cuenta que te estoy hablando del lenguaje mismo del cariño y la confianza —y todo eso, carajo, está del lado de la vida y no de la muerte”.

Tras ese primer intento de suicidio, Pizarnik ingresó en el hospital psiquiátrico de Buenos Aires. Pero ni la ayuda médica, ni las becas, ni las cartas lograron evitar que la madrugada del 25 de septiembre de 1972 se quitara la vida. Algunos biógrafos dicen que la muerte quizás no fue intencionada, señalando la posibilidad de que Pizarnik ingiriera por error una excesiva dosis de pastillas.

Tal y como señalan en el volumen Poesía completa de Alejandra Pizarnik publicado por la editorial Lumen, Octavio Paz afirmó que la escritora llevó a cabo una “cristalización verbal por amalgama de insomnio pasional y lucidez meridiana en una disolución de realidad sometida a las más altas temperaturas”. Tras ella quedaron siete poemarios, un diario de casi 1.000 páginas, relatos cortos, una obra teatral, una novela breve y una extensa correspondencia, muestras de su simbolismo desmesurado y extraordinaria capacidad de expresión emocional.

“Sé, de una manera visionaria, que moriré de poesía. Es una sensación que no comprendo perfectamente; es algo vago, lejano, pero lo sé y lo aseguro”, anticipó Pizarnik. La verdad es que no sabemos hasta qué punto murió de poesía, la única certeza, en este caso, es que gracias a la poesía la voz de Alejandra Pizarnik sigue y seguirá con vida.



Fuente: https://historia.nationalgeographic.com.es/a/alejandra-pizarnik-ultima-poeta-surrealista_17948


Nota de dp: Nació y fue criada en Avellaneda.



dp