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sábado, 9 de marzo de 2024

MARIA MAGDALENA, SARA Y LOS MEROVINGIOS



Leyendo sobre los 200 años de la muerte de Napoleón Bonaparte, donde describen cómo fue su autocoronación ocurrida el 2 de diciembre de 1804, en la Catedral de Notre Dame de París, me llamó la atención que en uno de los atuendos que lució, fue una capa de armiño con incrustaciones de pequeñas abejas de oro, todas a mano. Estas fueron halladas durante el reinado de Luis XIV en la tumba de Childerico I, miembro y primer representante histórico de la dinastía merovingia, que tenía dominio en los siglos V y VIII de Francia, Bélgica, Alemania y parte de Suiza.


Detalle de abejas de oro de Childerico I 


Meroveo fue rey de francos salios, pero poco se conoce sobre su vida, solo que se casó en muchas oportunidades, ya que en esta dinastía eran polígamos. Se conoce también que fue un conquistador y un expansionista, lo que le permitió incorporar los territorios que hoy ocupan en la actualidad Bélgica y parte de Alemania.

El vínculo de María Magdalena con esta dinastía, es una polémica que en la actualidad se sigue debatiendo, ya que la dinastía Merovingia procede de las tribus de los sicomoros, que los sitúa en territorio germánico, y luego comenzaron a denominarse francos. El motivo por el que Napoleón le hace un guiño con las abejas a esta dinastía en su coronación, se debe a que por aquellos años los vinculaban a María Magdalena, aunque esta dinastía además de las abejas tenía al oso como símbolo totémico, y era considerado sagrado.

Los merovingios eran considerados como una personificación y encarnación de la “Gracia de Dios”, por lo que se sentían similares a la de Jesús, y fueron los pioneros en llevar la búsqueda y creación de cualquier vínculo que los emparentara con María Magdalena, fue en esa época que surgía la Leyenda del Santo Grial.

Estos eran considerados reyes que reinaban pero que no gobernaban, y se llegaron a estimar más como sacerdotes, además llamados reyes vagos, acusados de practicar las artes esotéricas, por lo que se les conoció también como los reyes brujos o taumaturgos. En las investigaciones que se han realizado, se cuenta con algunos ensayos donde hablan de esoterismo, se ha dicho que los descendientes de los merovingios provienen de una supuesta relación entre Jesús de Nazaret y María Magdalena, y de la cual nació una hija llamada Sara o Sara la Negra, que emigró desde Judea hasta el sur de Francia, en donde su linaje llegó al poder del reino franco con esta dinastía.

Pero fue en el año 2006 que en un documental del programa llamado “Buscando la verdad”, en el canal de The History Channel, tras una investigación se le hizo un análisis genético a la que fuera la quinta esposa del rey Clotario I, llamada Argunde (Arnigonda), perteneciente al linaje de la dinastía Merovingia, y dio como resultado no poseer los marcadores de personas provenientes del Medio Oriente, pero su ADN mostró provenir de Europa.

Nada de ello está comprobado científicamente, pues afirmaciones de todo tipo se han realizado, muchas de ellas plasmadas en libros, incluso algunas se han llevado a la pantalla grande, en la mayoría de los casos jugando con la fe de las personas, principalmente cuando lo hacen para vender un ‘best seller‘.


Autor: Por Joannes Karles 


Fuente: http://templarios.ning.com





Sara de Marsella


Conocida como Sara la Negra, esta patrona de los gitanos posee afiliaciones extraordinarias. Entre ellas, la de ser hija de Jesús y María Magdalena.


Las primera leyendas sobre Jesús y su matrimonio con María Magdalena provienen de la época inmediatamnte posterior a la del propio Jesús. Sin embargo, estas historias fueron relegadas y finalmente desplazadas hacia visiones consideradas como heréticas, de modo que se transformaron en historias clandestinas, secretas y sobre todo peligrosas.


La posibilidad de que Jesús haya contraido matrimonio con María Magdalena y que de esa unión hubiese nacido una niña cobró gran fuerza en la Edad Media; sobre todo en el sur de Francia, más precisamente en la región de Aix en Provence, donde la tradición asegura que Marta y Lázaro de Betania llegaron de su exilio junto a una María Magdalena embarazada.


Otras leyendas sostienen que Sara no nació en Francia, sino que llegó a las costas de la bretaña junto a José de Arimatea (y el Santo Grial) y una corte de seguidores de Cristo que habían huido de Palestina, entre ellos, María Salomé, María de Cleofás (tía de Jesús), Maximino, Marcela, Celidonia, Trófimo de Arlés y algunos otros. 


El viaje hacia Francia se realizó gracias a un milagro náutico. La embarcación atravesó el Mediterráneo sin timón ni velas hasta llegar a Nuestra Señora de Ratios, que desde 1838 se llamó Saintes Maries de la Mer, (Santas Marías del Mar), en la región de Provenza, muy cerca de Arlés.





Según la tradición el grupo se dispersó en el año 48 d.C. Lázaro fue a predicar a Marsella, Marta y Marcela a Tarascón, Máximo se dirigió a Aix en Provence, Trófimo a Arlés y María se retiró a una cueva en las montañas de Saint Maximin la Sainte Baume.


La figura de Sara, en cambio, es mucho más esquiva. Las leyendas medievales apenas la sugieren como una posibilidad inquietante. Debido a que su tarea principal era mendigar para financiar las expediciones evangelizadoras de sus compañeros se la asoció al pueblo gitano, y desde entonces se la considera como su patrona o santa, a pesar de que nunca fue canonizada.


No obstante, las leyendas a menudo se contradicen, ofreciendo versiones muy disímiles del mismo personaje. Por ejemplo, se dice también que Sara vivió durante un tiempo en la ribera del Ródano en la Galia. Allí practicaba una especie de magia primordial muy poderosa. Los gitanos la adoraban, y una vez al año realizaban una procesión hasta su casa para recibir su bendición.


Esta misma tradición sostiene que Sara no era en realidad la hija de Jesús, y que su tarea fue ayudar a los exiliados de Palestina que buscaban refugio en aquella zona.


Los que defienden la teoría de que Sara era la hija de Jesús y María Magdalena sostienen que la verdadera identidad de la muchacha debía ser protegida a toda costa; y que no era extraño que se la haga pasar por sirvienta en orden de protegerla de sus enemigos.


Sara aparece en muchas tradiciones orales, pero recien en 1521 se la menciona en un texto de Vincent Philippon llamado: La leyenda de las santas Marías (La légende des Saintes-Maries).


Allí se comenta que en 1447 Renato de Anjou le solicitó al papa Nicolás V una bula para permitirle rastrear los cuerpos de los santos que se veneraban secularmente en la región. Renato encontró los restos mortales de María Magdalena y sus compañeras, y fueron colocados en relicarios ornamentados. La pobre Sara, en cambio, no calificaba como santa, de modo que sus restos fueron conservados en modestísimos relicarios, tal como luego lo registraría Jean de Labrune.


Históricamente no se reconoce ningún culto a Sara, la hipotética hija de Jesús, al menos anterior al 1800. El folklorista Fernand Benoit comenta que los gitanos realizan una extraña procesión anual justo antes de la procesión de las Marías. Esta tradición procede del siglo XV, aunque no se conoce a ciencia cierta si su objetivo era adorar secretamente a Sara.


Los que están a favor de la figura de Sara como hija de Jesús, sostienen que los gitanos buscaban enmascarar su culto, y que la adoraban bajo la forma de una mujer negra, cuya estatua era llevada en andas hasta las costas del mar. 


En este sentido, la hipótesis es antropológicamente inviable. Los gitanos proceden de la India, donde adoraban a la diosa Kali representada como una mujer negra como el ébano, y su culto consistía en largas peregrinaciones hacia el mar. Demasiadas coincidencias como para tratarse de dos cultos diferentes.


La historia de Sara no concluye aquí. La idea de que Jesús contrajo matrimonio con María Magdalena y que juntos engendraron a Sara está fuertemente instalada en las leyendas locales. Sin embargo, no se han encontrado pruebas concluyentes que ubiquen su culto en la antigüedad.



Para los amantes de las sincronías etimológicas hay que decir que el nombre Sara, en hebreo Sarah, significa literalmente "princesa".


Fuente: http://templarios.ning.com


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domingo, 2 de julio de 2023

EGIPTO: LA OBSESION DE NAPOLEON

 



Javier Sierra publicó en 2002 su «novela de investigación» El secreto egipcio de Napoleón. En este texto él mismo nos desvela algunas de las claves documentales de su trabajo que, una vez más, abunda en un enigma histórico de gran alcance: ¿por qué Napoleón Bonaparte decidió pasar una noche entera en el interior de la Gran Pirámide? ¿Por qué siguió las huellas de Jesús hasta las puertas de la mismísima Nazaret? ¿Y por qué abandonó precipitadamente Egipto después de aquella intensa noche…?

¿Fue Napoleón iniciado en la Gran Pirámide?

Al amanecer del 13 de agosto de 1799, Napoleón Bonaparte, empapado en polvo y sudor, emergió de entre los bloques de la Gran Pirámide, cerca de El Cairo. Sus hombres debieron sentirse aliviados al verle, de nuevo, sano y salvo entre ellos.

El héroe corso –todo un mito ya para sus soldados– había decidido pasar sólo una noche en el vientre del más emblemático monumento faraónico, la única de las Siete Maravillas del mundo antiguo aún en pie, movido por un oscuro propósito. Un móvil que habría de quedar sepultado para siempre aquella mañana en la memoria de Bonaparte. Y es que, tras regresar pálido y desencajado de su aventura, el entonces aún prometedor general revolucionario jamás reveló qué fue a hacer entre aquellas piedras milenarias.

¿Qué sucedió allá dentro, durante las largas y oscuras horas que duró su encierro? «Aunque lo contara, no lo creeríais», fue lo único que respondió entonces. Y durante el resto de su vida, Bonaparte evitó volver sobre el asunto.
¿Por qué?


La aventura más extraña

Mi último libro, titulado con justicia El secreto egipcio de Napoleón , trata de resolver este enigma histórico. Durante meses, reuní toda la documentación existente sobre la poco conocida invasión napoleónica de Egipto, tratando de reconstruir un escenario plausible que explicara algunos de mis interrogantes: ¿por qué este prometedor y jovencísimo general francés –de apenas 29 años–, se embarcó en una operación militar contra Egipto? ¿Por qué una vez en el Delta del Nilo desplegó sus fuerzas y se lanzó a la conquista de Tierra Santa, como si tratara de emular a los antiguos cruzados? ¿Obedecía a alguna obsesión inconfesable su afán de dominar aquellas míticas regiones, de escaso interés estratégico en su época?

Y así, poco a poco, con la paciencia de uno de los antiguos escribas faraónicos, comencé a reunir las piezas de tan insondable misterio.

La gran epopeya de juventud de Napoleón había comenzado, en realidad, el 19 de mayo de 1798, en el puerto francés de Toulon. El Directorio posrevolucionario de París le había puesto al frente de una flota de 328 embarcaciones y más de treinta mil hombres, cuya misión fue considerada secreta hasta bien entradas las primeras semanas de navegación. Casi nadie abordo sabía cuál era el destino de aquella operación, aunque después de conquistar Malta y desposeerla de sus riquezas, los rumores se dispararon: el rumbo fijado era… ¡Egipto!

En efecto. Después de desembarcar en el Delta del Nilo el primero de julio de 1798, los acontecimientos se precipitaron. Sólo veinte días después, cerca de las célebres pirámides de Giza, los hombres de Napoleón tuvieron su primer enfrentamiento con los mamelucos que gobernaban entonces el país. Aliados de los británicos, los hombres de Murad Bey sumaban seis mil jinetes, doce mil fellahs y una multitud de tropas no regulares armadas con sables y lanzas. Sin embargo, su superioridad numérica –Napoleón había dividido ya a sus hombres en varios frentes–, se vendría abajo ante las tácticas de los franceses.

Tras su espectacular victoria, el corso puso rumbo a aquellas tres montañas de piedra que dominaban el paisaje, y ordenó a varios de sus hombres y sabios que las exploraran a fondo.

Aquella fue, que se sepa, la primera vez que un grupo tan abultado de europeos penetró en la Gran Pirámide. Curiosamente, no todos eran militares. En otra de sus decisiones sin precedentes, Bonaparte había embarcado en su flota a 167 sabios de las más variadas disciplinas, con el propósito de radiografiar Egipto de arriba abajo y arrancarle sus milenarios secretos. Pues bien: fue uno de aquellos científicos, un jovencísimo François Jomard, quien descubrió que las galerías de acceso al corazón de la Gran Pirámide eran empinadas, pequeñas y estaban prácticamente bloqueadas por excrementos de murciélago. Allá dentro apestaba, era difícil respirar y –para colmo de males– no parecía existir nada de valor. Los franceses alcanzaron la Gran Galería de la pirámide en busca de tesoros inexistentes y en su interior dispararon sus armas, sobrecogiéndose ante la resonancia del lugar.

En aquellos días de fuertes calores, los franceses despejaron también parte de la plataforma sobre la que hoy se levanta la Gran Pirámide, calcularon sus dimensiones originales y la escalaron. Jomard se quedó lívido al comprobar que los egipcios emplearon en su construcción medidas como el estadio, el codo o el pie, que eran fracciones exactas del tamaño de la Tierra . «Nos han transmitido el patrón exacto de la dimensión del globo terráqueo y la inapreciable noción de la invariabilidad del Polo» , escribió.

Pero, ¿conocían los antiguos arquitectos de aquellas moles las dimensiones de nuestro planeta? Ni que decir tiene que sus conclusiones levantaron agrias polémicas entre los sabios del grupo, sobre todo cuando Jomard planteó que la Cámara del Rey del monumento tal vez no sirvió nunca de tumba, sino de «patrón de medida» destinado a conservar algún remoto conocimiento matemático…

Napoleón, absorto por tantos descubrimientos, se entretuvo en cálculos más prácticos: con las piedras de la Gran Pirámide y de las dos grandes moles vecinas, podría construir un muro de tres metros de altura por casi uno de espesor, que rodeara toda Francia. Además, se maravilló por la precisa orientación de sus caras a los cuatro puntos cardinales. Los egipcios parecían conocerlo todo…




La experiencia mística

Desgraciadamente, apenas existen datos precisos sobre lo que hizo exactamente el general Bonaparte en aquellos remotos días en Giza. Los expertos que consulté entraban en frecuentes contradicciones y aportaban fechas equívocas para un hecho que –desde mi punto de vista– tuvo consecuencias trascendentales en la vida de Napoleón: su noche en el interior de la Gran Pirámide.

Según explica Peter Tompkins en su clásico Secretos de la Gran Pirámide, Bonaparte no entró en ese monumento hasta casi un año después de vencer a los mamelucos de Murad Bey. Fue el 12 de agosto de 1799, a su regreso de una breve campaña bélica por tierras de Siria y Palestina, cuando el general aceptó sumergirse en sus entrañas. «En un determinado momento –explica Tompkins –, Bonaparte quiso quedarse solo en la Cámara del Rey, como hiciera Alejandro Magno, según se decía, antes que él.»

Sin quererlo, Tompkins daba una clave preciosa para deshacer el enigma. En efecto, como el corso, otros grandes militares de la historia habían decidido pasar una noche entre aquellas piedras. Seducido por las leyendas locales –incomprobables, por otra parte– que sugerían que Julio César y Alejandro pasaron la prueba de pernoctar en la Gran Pirámide, Napoleón terminó con sus huesos dentro del monumento. Bob Brier, paleopatólogo y uno de los más prestigiosos egiptólogos de nuestros días, reduce el problema a que el corso «por lo visto, creía en las propiedades mágicas de la pirámide».

El propio Brier, en su ensayo Secretos del Antiguo Egipto mágico, aclara qué propiedades eran ésas. Según los Textos de las Pirámides, grabados sobre monumentos de la V Dinastía, apenas un siglo más modernos que la Gran Pirámide, esos monumentos eran una especie de «máquinas para la resurrección» de los faraones. Este proceso –dicen esos antiguos salmos religiosos– se componían de tres fases: la primera, el despertar del difunto en la pirámide; la segunda, su ascensión al más allá, atravesando los cielos, y la tercera, su ingreso en la cofradía de los dioses . ¿Buscaron, pues, César, Alejandro y Napoleón esa peculiar iniciación faraónica?

Sueños de masones

En el caso de este último, no es difícil afirmarlo. Cuando Bonaparte llegó a Egipto, había devorado ya toda clase de literatura de la época, en la que se mitificaba la sabiduría de los antiguos constructores de pirámides. Incluso había escrito algún que otro cuento de indudable tufillo oriental . El corso consultó, sin duda, la obra del abad Terrasson Sethos ou vire tirée des monuments et anecdotes de l’ancienne Egypte (1733), un bestseller de su tiempo en el que se imaginan las pruebas iniciáticas a las que el faraón Seti debió someterse en la Gran Pirámide. Lo curioso es que semejante creencia venía de muy antiguo, y aunque Terrasson la magnificó, reflejaba algo indudablemente real: que el interior de la Gran Pirámide había sido frecuentado por reyes posteriores a Keops, probablemente para participar en extraños ceremoniales.

Hoy sabemos que uno de los más famosos fue el llamado Hebsed, una fiesta en la que se creía que el faraón se rejuvenecía accediendo a los secretos de la vida eterna, y que se celebraba cada treinta años de reinado o cada vez que la salud del monarca flaqueaba. Casualmente, Napoleón, aquella noche del 12 de agosto, estaba a sólo tres días de cumplir esa edad. Mi duda es, pues, más que pertinente: ¿fue iniciado como los faraones cuando se acercaba su trigésimo cumpleaños?

Se trata de algo más que una especulación. No en vano, junto a Napoleón viajaron a Egipto un buen número de masones, algunos de los cuales eran destacados generales como Jean Baptiste Kléber o Joachin Murat. Gérard Galtier, el más concienzudo de los historiadores modernos de la francmasonería, señala que los franceses exportaron los ritos masónicos a Egipto durante la campaña napoleónica, especialmente del llamado Rito de Menfis . Él mismo cita un documento de puño y letra de uno de los Grandes Maestres de ese Rito, Solutore Zola, pariente del famoso escritor galo del mismo apellido, en el que afirma que Bonaparte y Kléber «recibieron la iniciación y la filiación del Rito de Menfis de un hombre de edad venerable, muy sabio en la doctrina y las costumbres, que se decía descendiente de los antiguos sabios de Egipto». Y añade: «La iniciación tuvo lugar en la pirámide de Keops y recibieron como única investidura un anillo».

Este documento, fechado en 1863 (seis décadas después de los hechos), no es, desde luego, probatorio. Pero aun cuando no puede afirmarse con seguridad que Napoleón fuera masón, sí es cierto que siempre estuvo rodeado de ellos. Su padre lo fue, su hermano mayor José –que llegó a ser rey de España– también, e incluso su esposa Josefina fue Gran Maestre de una logia femenina. A ese respecto, sabemos que fue iniciada en Estrasburgo en compañía de su marido de entonces, Alejandro de Beauharnais.

Visto así, no es extraño que a Napoleón se le señalara como militante de una misteriosa logia conocida como Hermes Egipcio, o que a muchos de los sabios que le acompañaron –como Monge, Norry, Saint-Hilaire y otros– se les acusara de pertenecer a la logia de los sophisiens, que anualmente se reunían en París para celebrar cierto «banquete egipcio» . Incluso en obras contemporáneas al corso, como las Mémoires historiques et secrets de l’impératrice Joséphine, publicada en 1820 por cierta señora Lenormand, se recoge una confesión de Bonaparte a su esposa: «He consumido mi vida entre movimientos continuos», dice, «que no me han dejado ni un solo minuto para cumplir mis deberes de iniciado a la secta de los egipcios» .

¿Puede caber ya alguna duda?
Ahora bien, en el caso de Napoleón, de lo que podemos estar completamente seguros es de que no sólo conocía los símbolos de la masonería egipcia, sino que se los trajo a casa, a la vuelta de su expedición. Autores como Robert Charroux o Jean-Michel Angebert describen, por ejemplo, un amuleto egipcio que Bonaparte recibió de una cofradía de sacerdotes egipcios y que le protegió de todo mal hasta que lo extravió en Rusia. Al parecer, aquel collar-pantáculo pasó de Rusia a Niza en 1947, y en 1956 acabó en manos del general israelí Moshe Dayan que, a su muerte, lo legó al Israel Museum de Jerusalén.




La nueva Tebas

Aquello no fue lo único que el corso se trajo de Egipto. Ya en tiempos de Napoleón, para muchos era evidente que la antigua París había sido una ciudad consagrada a la diosa Isis. El historiador lituano Jurgis Baltrusaitis consiguió reunir documentación que demostraba que el cambio de nombre de Lutecia a París obedecía a que la ciudad fue consagrada a esa diosa egipcia, como demuestra su designación actual: Par-Isis (el trono de Isis) .

El corso, naturalmente, conocía esa historia. Como sabía también que el escudo de armas de la urbe, una barca sobre un río, guiada por una estrella de cinco puntas, era una clara alusión a la diosa. Para los antiguos egipcios, la estrella de cinco puntas era la representación de Sirio, y ésta, a su vez, el reflejo cósmico de la mismísima Isis. Sin embargo, cuando Napoleón regresó de su campaña faraónica y dio el golpe de estado que terminaría llevándole a dominar Europa, añadió dos detalles más al escudo: en un documento de 1811, adjunto a la llamada Carta de Napoleón de esa fecha, la barca luce en la en proa una estatua de Isis, y sobre ésta y la estrella ordenó grabar tres abejas. La abeja, para quien no lo sepa, era uno de los emblemas reales más apreciados por los antiguos faraones.

Aquí no caben especulaciones: Napoleón se trajo de Egipto sus símbolos más sagrados y los añadió al blasón de su capital. ¿Un tributo a aquella iniciación piramidal del verano de 1799? Es más que probable. Sólo así se explica que el corso, convertido ya en dueño y señor de Francia, nombre ministro de Bellas Artes a Vivant Denon, uno de los más destacados sabios de su expedición egipcia, que hará de París una especie de nueva Tebas.

Veamos: hasta 1806, seis de las quince nuevas fuentes de la ciudad fueron de inspiración egipcia, e incluso sus propios grabados, extraídos del libro de Denon, Voyage dans la Basse et la Haute-Égypte, servirán para ilustrar juegos de porcelanas y relieves de lugares ilustres. Napoleón convirtió su capital en un reflejo de Egipto, quiso instaurar una religión de inspiración faraónica que fracasó, y hasta su muerte soñó una y otra vez con ese país. ¿Qué fue lo que tanto le impresionó? ¿Acaso su hoy olvidada iniciación en la Gran Pirámide?
Yo así lo creo.



Autor: Javier Sierra



Publicado en: https://www.javiersierra.com/biografia/periodismo/mis-reportajes/napoleon-en-la-gran-piramide/




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martes, 28 de febrero de 2023

...Y LAS MOMIAS SE PUSIERON DE MODA....


...cuanto patrimonio histórico perdido inútilmente, para presumir o lucrar sin límites....



Durante la época victoriana del siglo XIX, la conquista de Egipto por parte de Napoleón abrió las puertas de la historia de Egipto a los europeos. En aquella época, las momias no gozaban del respeto que merecían por parte de las élites europeas y, de hecho, se podían comprar momias a vendedores ambulantes (como se ve en la imagen. Original de 1875) para utilizarlas como acto principal de las fiestas y reuniones sociales que se celebraban en el siglo XVIII.


Las élites de la época solían celebrar «fiestas de desenvolvimiento de momias» que, como su nombre indica, tenían como tema principal desvestir a una momia ante un público inquieto, que vitoreaba y aplaudía al mismo tiempo.


Durante ese periodo de tiempo, los restos bien conservados de los antiguos egipcios se molían habitualmente en polvo y se consumían como remedio medicinal. De hecho, la momia pulverizada era tan popular que incluso instigó un comercio de falsificaciones para satisfacer la demanda, en el que la carne de los mendigos se hacía pasar por la de los antiguos egipcios momificados.


A medida que avanzaba la Revolución Industrial, las momias egipcias se explotaban con fines más utilitarios: un gran número de momias humanas y de animales se molían y se enviaban a Gran Bretaña y Alemania.


Otras se utilizaban para crear pigmentos marrones para momias o se les despojaba de sus envoltorios, que posteriormente se exportaban a Estados Unidos para su uso en la industria del papel. El escritor Mark Twain llegó a contar que en Egipto se quemaban momias como combustible para locomotoras.


A medida que avanzaba el siglo XIX, las momias se convirtieron en preciados objetos de exhibición, y decenas de ellas fueron adquiridas por ricos coleccionistas privados europeos y estadounidenses como recuerdos turísticos. Los que no podían permitirse una momia entera, podían comprar en el mercado negro restos desarticulados como una cabeza, una mano o un pie y llevarlos de contrabando a su país.


El comercio de momias con Europa era tan rápido que, incluso después de saquear tumbas y catacumbas, no había suficientes cuerpos del antiguo Egipto para satisfacer la demanda.


Así que se fabricaron momias falsas a partir de los cadáveres de los criminales ejecutados, los ancianos, los pobres y los que habían muerto de horribles enfermedades, enterrándolos en la arena o rellenándolos con betún y exponiéndolos al sol.


El marrón para momias se fabricaba originalmente en los siglos XVI y XVII con brea blanca, mirra y restos triturados de momias egipcias, tanto humanas como felinas.





Como tenía una buena transparencia, podía utilizarse para veladuras, sombras, tonos de carne y sombreados. Los artistas creían que cuando se utilizaba el betún y la carne momificada en la pintura al óleo no se agrietaba ni se secaba.

El marrón de momia dejó de producirse en su forma tradicional a finales del siglo XX, cuando se agotó el suministro de momias disponibles.


La momia es una sustancia utilizada en el embalsamamiento de las momias o un polvo hecho de momias molidas, utilizado como preparación médica. En la fabricación de momias en el antiguo Egipto se utilizaba en ocasiones el asfalto (persa: mumiya) como ingrediente para rellenar las cavidades vacías del cuerpo una vez extraídos los órganos.


En la Edad Media se creía que la resina que se utilizaba en las antiguas momias egipcias tenía un valor medicinal y químico superior al del asfalto normal, y la consiguiente demanda del ingrediente hizo que el término se aplicara tanto a los cadáveres necesarios para su recolección como al propio ingrediente.


Fuente: Rare Historical Photos

Publicado en: https://itongadol.com/internacionales/vendedor-ambulante-de-momias-en-egipto




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