Cuando uno camina por las calles de Buenos Aires cuesta imaginar sus empedrados levantados para hacer lugar a trincheras. Cuesta visualizar hombres armados marchando con cañones listos para defender la ciudad. Es casi imposible construir una imagen de Parque Patricios cubierto de muertos y heridos por una gran batalla.
A diferencia de las ciudades de Europa, escenarios de grandes guerras, estamos acostumbrados a una Buenos Aires pacífica.
Sin embargo, hace poco más de 130 años, la ciudad fue testigo de todas esas imágenes. En 1880 se dio aquí el último acto de las guerras civiles de Argentina. ¿La causa? La misma que azotó a nuestro país desde el inicio de su historia: el control sobre el puerto, la ciudad de Buenos Aires y las autonomías provinciales.
El último acto de un largo conflicto
El 2 de junio de 1880, un solitario barco se lanzaba a toda velocidad por las aguas del Riachuelo perseguido por otras dos embarcaciones. Su cargamento: fusiles. El destinatario: la Provincia de Buenos Aires.
El Gobierno Nacional había embargado un cargamento similar en la aduana y, esta vez, la provincia había decidido burlar el cerco y asegurarse las armas a como diera lugar.
Carlos Tejedor, gobernador de la provincia, sabía perfectamente que este incidente podía prender la mecha que haría saltar todo por los aires: las tensiones se venían acumulando desde hacía años.
En 1874, Nicolás Avellaneda triunfaba en las elecciones presidenciales. Era sabido que él estaba en contra de las demandas de autonomía de la provincia de Buenos Aires.
Bartolomé Mitre, el candidato derrotado, intentó torcer el curso de la historia alzándose en armas, en lo que fue conocido como la Revolución de 1874.
Avellaneda logró derrotar a los sublevados y aseguró su presidencia, pero el asunto de la autonomía quedó sin resolver, a la espera del próximo chispazo.
Durante los siguientes seis años la tensión continuó creciendo silenciosamente.
En 1879, comenzó el último acto de este duelo. El general Julio Argentino Roca presentó su candidatura a presidente. Para oponérsele, los autonomistas de la provincia proclamaron como candidato al gobernador Carlos Tejedor.
El 11 de abril de 1880, las elecciones dieron como ganador a Roca. Ahora solo quedaba que el Colegio Electoral ratificara los resultados el 12 de junio, fecha en la que los autonomistas perderían toda chance.
Se desata la revolución
La noche del primero de junio de 1880, los habitantes de Buenos Aires vieron desfilar por las calles regimientos nacionales y provinciales rumbo a Barracas. Todos sabían que algo estaba pasando y que en cualquier momento podrían sonar los primeros disparos.
En las inmediaciones del Riachuelo, las tropas de cada uno de los gobiernos esperaban silenciosamente. Se había corrido el rumor de que el gobierno de Tejedor planeaba introducir a la ciudad un cargamento de fusiles. Era la respuesta al embargo del Gobierno Nacional que había frenado en la aduana las compras anteriores.
La noche pasó sin sobresaltos, el carguero no apareció, y durante las primeras horas del día, los regimientos nacionales se retiraron. Sin embargo, media hora más tarde el cargamento llegó perseguido por un par de barcos que intentaban detenerlo. El Coronel Arias, al mando de las tropas provinciales, amenazó con abrir fuego si intentaban detener la descarga. Sus órdenes eran defender el cargamento a cualquier costo.
Tejedor venía denunciando al Gobierno Nacional, acusándolo de buscar desarmar y debilitar a Buenos Aires mientras permitía la compra de armas a sus aliados.
Detrás de toda esta retórica se ocultaba una reedición de la revolución del 74. Todo indicaba que la victoria de Roca sería total (era apoyado por el gobierno de Avellaneda, el ejército y la mayoría de las provincias) y solo la revolución armada podía obligarlo a renunciar a su candidatura.
A partir de ese momento, los eventos se aceleraron. El día 2, Tejedor se dirigió a la Legislatura Provincial para explicar la situación y declarar que su provincia sólo estaba resistiendo las agresiones del gobierno de Avellaneda.
Estaba claro que con cada hora crecía el riesgo de que estallara un conflicto. En Buenos Aires, la Guardia Provincial, policía, bomberos y reclutas voluntarios se acuartelaron. Pasaron la noche en vilo: sabían que estaban haciendo historia.
El Gobierno Nacional reacciona
Mientras Tejedor dirigía su mensaje a la legislatura Provincial, el gobierno de Nicolás Avellaneda tomaba acción, decidido a no perder la iniciativa. Esa misma noche las tropas del ejército abandonaron Buenos Aires rumbo a la Chacarita, mientras que miembros del gobierno salían hacía el pueblo de Belgrano, que fue declarado capital unos días más tarde.
Avellaneda dirigió un mensaje al pueblo denunciando que las acciones de Tejedor (contrabando de armas, acuartelamiento de tropas militares y civiles, y atrincherarse en Buenos Aires) lo ponían en estado de rebelión. Aunque ambos bandos continuaban abogando por una solución pacífica, las palabras del Presidente solo auguraban dos posibles desenlaces: rendición incondicional o conquista por las armas.
Hola
Desde entonces, ambas partes se lanzaron a una contienda verbal mientras sus fuerzas se preparaban. En Buenos Aires comenzaron los trabajos de fortificación: se acuarteló permanentemente a las tropas, se ocupó el Parque de Artillería (donde hoy está Tribunales), se alistaron fusiles y cañones y se llamó a los habitantes del interior de la provincia para que marcharan hacia la ciudad.
El Gobierno Nacional, sabiendo que cada día sumaba fuerzas a su favor, adoptó una posición de espera, mientras los trenes traían tropas de las provincias aliadas. Su base militar estaba en Chacarita, la política en Belgrano. La flota, leal al Gobierno Nacional, alistó un bloqueo cortando el acceso marítimo a la ciudad.
Los combates
Siguieron días de tensión. Los diarios justificaban cada uno al bando al que respondían, mientras que atacaban al otro con andanadas verbales. Mientras tanto, Roca aparecía como la figura clave. Los insurrectos pedían que renunciara a su candidatura para terminar con la contienda. Este, observando los hechos desde Rosario, amagó un par de veces con ceder a las demandas, pero todo hace pensar que estaba ganando tiempo, la ventaja de su posición era demasiado grande para ceder.
El 12 de junio se reunió el Colegio Electoral para ratificar la victoria de Roca. El cuerpo lo eligió Presidente de la República en todas las provincias, excepto en Buenos Aires, a donde se declaró ganador a Tejedor.
Sin la renuncia de Roca, ya no había vuelta atrás. Los rebeldes no habían sido reconocidos por ninguna potencia extranjera y habían perdido el apoyo de sus simpatizantes en las provincias. Buenos Aires estaba aislada.
A partir del 12 empezaron a registrarse pequeñas escaramuzas en las afueras de la ciudad. Cuesta imaginarlo, pero alguna vez los tranquilos barrios de Flores, Caballito y Almagro se llenaron del sonido de fusiles, gritos de heridos y cargas de caballería.
El 16 de junio se registró el primer enfrentamiento de grandes proporciones en el interior. Ese día chocaron, en las cercanías de Luján, las tropas nacionales con las del coronel José Inocencio Arias, que venían marchando desde los pueblos bonaerenses.
El coronel Eduardo Racedo intentó detener el avance y, aunque logró dispersar y capturar a algunos rebeldes, no logró evitar que la mayoría entrara en Buenos Aires.
Finalmente, el 20 de junio comenzó la ofensiva sobre la ciudad. El coronel Nicolás Levalle avanzó hacia Barracas desde el sur. Sus fuerzas capturaron el puente Barracas (hoy Pueyrredón) y el paso ferroviario, usando un tren del Ferrocarril del Sud para cruzar el Riachuelo.
El avance nacional fue exitoso, pero los defensores recibieron refuerzos y algunos cañones. Con esta nueva ventaja lograron hacer retroceder a Levalle y lo persiguieron hasta la estación Lanús, donde fueron detenidos y obligados a volver sobre sus pasos.
El frente quedó tranquilo el resto del día, pero estallaría nuevamente el día 21.
El general Racedo, al tomar nota del fracaso del ataque frontal de Levalle, intentó usar la sorpresa. Su objetivo estaba unos kilómetros río arriba: el Puente Alsina. A las 4 de la mañana, en plena noche y en silencio, las tropas nacionales comenzaron su avance paralelo al Riachuelo.
Cuando llegaron los primeros rayos del sol fueron descubiertos por las tropas provinciales que, aunque defendieron tenazmente el puente, se vieron obligados a retroceder hacia los “Corrales Viejos”, que es como se conocía, por ese entonces, el actual Parque Patricios.
Los soldados de Racedo avanzaban en persecución sin saber que las fuerzas provinciales lo esperaban. Los terrenos donde estaban los corrales tenía una cierta elevación que los convertían en un perfecto mirador. Allí, el coronel Hilario Nicandro Lagos, aguardaba con varios cañones alemanes Krupp. Al aparecer las tropas nacionales, Lagos abrió fuego y causó enormes bajas en los atacantes.
Tres veces intentaron derribar la posición y tres veces fueron repelidos.
Solo cuando Levalle llegó al campo con su propia artillería los nacionales lograron avanzar, empujando a los defensores hasta unos galpones que estaban en la esquina de la Avenida Caseros y La Rioja.
El combate había sido agotador, y cuando Lagos recibió la orden de retirarse hacia la Plaza Miserere, logró hacerlo sin que nadie lo persiguiera.
La victoria nacional no había sido total, pero había logrado cercar la ciudad y empujar a los defensores hacia las zonas habitadas. Se calcula que, en total, los tres combates dejaron un saldo de tres mil muertos, muchos de los cuales fueron enterrados en el Cementerio del Sur, hoy Parque Florentino Ameghino.
La revolución está perdida
Para el final del día 21 quedaba claro que la causa autonomista estaba perdida. Unos días más tarde el Gobierno Nacional declaró que Buenos Aires se encontraba sitiada y Tejedor nombró a Bartolomé Mitre como jefe de la defensa de la ciudad. Una vez nombrado, Mitre comenzó las tratativas para terminar con el levantamiento.
El día 30, el gobernador Carlos Tejedor presentó su renuncia. Avellaneda intervino la provincia y disolvió a todas las milicias provinciales de Buenos Aires.
El 21 de septiembre de ese año se declaró a Buenos Aires como capital de la Nación y pocas semanas más tarde el general Julio Argentino Roca asumió la presidencia del país. Así terminaba el último capítulo de la Argentina sumergida en la guerra civil. Comenzaba la construcción del proyecto, que la historia llamaría, la Generación del 80.
Nota de dp: este enfrentamiento enmarcó el mayor derramamiento de sangre en el actual territorio argentino: 3000 muertos, una carnicería.
dp
Desfile de las tropas nacionales triunfantes
No hay comentarios.:
Publicar un comentario