El número 3 es un número absolutamente clave en muchos aspecto de las actividades humanas, desde sociedades iniciáticas, religiones, culturas a lo largo y ancho del planeta y todo tipo de instituciones intermedias.
En este momento no pretendemos referirnos específicamente a la importancia del número en la masonería, porque todos conocemos el lugar preponderante que ocupa. Además solo trataremos algunos aspectos muy puntuales, más allá de los múltiples usos dados en la historia y en distintos contextos.
Muchos siglos antes de aparecer la masonería en la vida humana ya el número tres ocupaba un puesto jerárquico en culturas y religiones ancestrales. La masonería verdadera recopiladora de sabiduría ancestral lo hace suyo, reconociendo su poder y su condición clave en el desarrollo el pensamiento humano.
En el antiguo Egipto desde siempre ocupó el máximo escalón en su cultura y religión. Nos encontramos ante la existencia de una jerarquía de divinidades que estaba encabezada por el mismo Sol, máxima y tal vez la primer deidad que reconoce el ser humano desde casi sus orígenes. Este “super Dios” delegaba a personas su representación en la tierra, encarnadas en seres humanos perfectamente reconocibles por todos. Estamos hablando de la trilogía conformada por Isis, Osiris y Horus, los dos primeros como la pareja reinante y el tercero como el producto de la unión de esta pareja y heredero al trono.
No es casual que los egipcios reflejaran en el manejo de la geometría y en las construcciones, esta asociación que unía palpablemente el mundo material en conjunción con su mundo espiritual. Por ello construían pirámides compuesta por triángulos, específicamente cuatro de ellos que al quedar unidos en su vértice superior conformaban la última morada de sus dioses-reyes. Cuatro triángulos, no de casualidad, que al ser multiplicado por este número tres geométrico da un total de doce. A su vez este número sumado entre sí vuelve a dar el número básico que pretendía ser resaltado, el número tres.
Los egipcios consideraban a las pirámides como verdaderas máquinas con capacidad de transportación del faraón en su viaje final de ascenso a su última morada: la constelación de Orión. Ésta está compuesta por tres grandes estrellas que se destacan en el cielo y que en la tierra son replicadas por la ubicación de las tres grandes pirámides de Egipto en un arco donde la pirámide del medio se encuentra levemente desplazada del eje que trazan la pirámides de los extremos. No dejan lugar a dudas que con esta ubicación en el terreno están replicando a la constelación de Orión, que además se encuentra perfectamente orientada astronómicamente, logrando así la fusión entre los de arriba y lo de abajo.
Por la cima de la pirámide simbólicamente el faraón viajaba hacia la constelación de Orión, acompañado por su hijo Horus, para así terminar con el proceso que fusionaba la vida con la muerte y regresar este a la tierra como el producto de la unión entre dioses. Este producto era Horus y marcaba de esta manera el reinicio de todo el sistema de creencias y su continuidad en la administración de la cosa humana.
Pero desde mucho antes de la aparición del fenómeno de las construcciones en piedra que los egipcios llevaron a una categoría tremenda, que sigue mostrando sus vestigios e importancia en la actualidad, ya en otros pueblos el número tres era el número por excelencia. Los Sumarios, civilización antecesora de los egipcios fueron los transmisores de la sabiduría constructiva en piedra, que por desgracia han dejado huellas muy mal preservadas en relación con la cultura egipcia. Ya ellos consideraban que había tres figuras geométricas que eran perfectas, que eran base del desarrollo de toda la geometría. Asociaban el círculo como representación del universo, el cuadrado como representación de lo material y el triángulo como representación de lo espiritual, lo trascendente o lo superior. La manipulación de estas tres figuras es la base de creación de todo el resto de las figuras geométricas que se conocen. Nuevamente el número tres está colocado en un lugar de absoluto protagonismo.
Estas ideas se ven reflejadas en infinidad de casos. Más acá en el tiempo también la podemos encontrar en el seno del cristianismo, con la aparición de la Santísima Trinidad como máxima expresión del culto, que si bien se ubica como monoteísta asume que Dios se presenta en tres personas separadas, pero en esencia unificadas.
No estamos aquí para discutir la lógica de esta idea, si para hacer ver que se necesita volver a esta triada para reforzar un principio filosófico, que hace a la esencia de una creencia universal.
No podemos dejar de mencionar que el número tres es interpretado desde las culturas ancestrales y traído para ser relacionado directamente con el ser humano. En numerología primitiva el número uno estuvo relacionado con el concepto de unidad universal, pero también como representación del varón. El número dos es fiel representante de la dualidad que aparece en el universo constantemente, como complemento y como fin integrador. El número dos es el número de la mujer, el complemento universal del varón y el fin integrador que al fusionarse deviene es la suma de los dos números, el uno y el dos conforman el número tres.
El número tres es el resultado de la fusión universal. Es el producto de la unión entre el varón y la hembra, apareciendo así la descendencia, poniendo a esta como producto de una integración completa y asociada con la preservación del especie a través de la procreación. Por esto el número tres es considerado como el primer número divino, ya que el ser humano preserva su propósito original que es el de multiplicarse y continuar así con su desarrollo sobre la tierra, por mandato divino.
La frase “creced y multiplicaos” es síntesis de esto último expresado y propósito primigenio de la expansión de la raza humana. Con esta sola descripción ya vemos que el número tres está colocado en la cima de la escala de todo lo relacionado con lo espiritual pero también de lo relacionado de alguna manera con lo material, por el principio de la continuidad.
Se pueden agregar cosas al análisis del número tres pero para resaltar podemos decir que tres multiplicado por si mismo arroja por resultado el número nueve, por mucho considerado como un número perfecto. Tres veces tres también es asociado con otros de los números directamente vinculado con Dios y que justamente al repetirse y multiplicarse marca una conjunción absoluta con el universo. La reiteración de números en parejas como puede ser el 11, el 22 o el 33 son considerados sincronía absoluta con el universo. Nuevamente aquí vemos como los números 1, 2 y 3 vuelven a tener protagonismo absoluto.
Haciendo una referencia y retornando con esta a la masonería podemos resaltar el rol que juega el número tres, el número 33 en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado e incluso el número 99 en el Rito de Menphis-Mizraim. Podemos sumar a estos ejemplos el rol que juega el número tres en otros ritos como en el Francés Moderno, en el de York o en Emulation. Solo sito a estos a manera de ejemplo.
En definitiva se usa al número 3 para ingresar a una nueva dimensión y elevarnos para unirnos con lo espiritual, con lo trascendente.
dp