Otra aprueba que debemos atravesar: una pandemia y el aislamiento que ella provoca, para así evitar el contagio.
Pero estamos preparados para ese aislamiento?.
Definitivamente no.
El ser humano es un ser social. Interactúa completamente con otras personas y depende de ellas.
Claro que hay excepciones a esto, pero son en verdad muy pocas, que no cambian la regla general.
El famoso “Hombre de Vitrubio” es una gráfica que nos relata la forma en que el ser humano se inter relaciona. Con sus pies se desplaza sobre la tierra. Con sus manos la toca y también puede hacerlo con animales, plantas, otros humanos. Con su cerebro logra articular pensamientos y palabras y así poder expresarse y hacerse entender con los demás. Cinco puntos que sobresalen de un torso que esconde todo aquello que significa un proceso interno mecánico.
Pero este aislamiento nos obligo a adaptarnos a algo novedoso: evitar en lo posible interactuar con otros.
A pesar que vemos como estalla el fenómeno de las videos conferencias, las publicaciones en redes sociales, la adquisición de bienes de consumo vía internet, no podemos dejar de sentir un vacío, que se muestra en la necesidad de ver cara a cara a los demás, darse la mano, estrecharse en un abrazo, besar para saludarse o darse mutuo placer físico.
Sin eso dejamos de ser seres humanos. Solo nos quedamos con la actuación frente a una cámara de video y a un micrófono, que nunca podrá interpretar del todo la forma de expresarse, la intensidad de la mirada, mostrando las arruguitas que nos provocan en los ojos esa expresión de felicidad o el asomo de una lágrima.
En la Argentina usamos el beso por demás. Nos saludamos entre gente del mismo sexo con un beso. Una costumbre muy europea, pero que en nuestro país llevamos a una escala que es repelida en muchísimas partes del mundo.
La pandemia nos aisló, espero que para bien, para cortar su propagación. Pero a cada momento tenemos la añoranza de salir a caminar, sentir el aire en la cara, encontrarse con el amigo para comer o tomar nuestro típico cafecito, aunque nos apure el tiempo.
Para la amistad, para ver al otro, siempre hay tiempo suficiente que no se mide en segundos o minutos, sino en afecto demostrado.
La pandemia nos obliga a poner luz en la oscuridad, primero dentro de nosotros mismos para luego sacarla afuera e iluminar a otros, compartiendo sabiduría, amor, pasión, solidaridad, comprensión, compromiso.
Esa luz debemos activarla a conciencia, no en forma mecánica o obedeciendo a una conveniencia pasajera. Aunque alumbre por muy poco, rompe la oscuridad. Es como encender un fósforo dentro de la gran pirámide de Egipto. Solo iluminará unos pocos segundos, pero eso será suficiente para contemplar la majestuosidad de otra cultura.
Y como somos perseverantes, aunque con alguna excepción, volveremos a encender otro fósforo apenas se apague el primero y así sucesivamente, hasta que logremos ver todo, a pesar de lo inadecuado del instrumento de visión o el esfuerzo de encenderlo una y otra vez.
Esa luz que emanamos nos fortalecerá. Seremos mejores y más estables porque compartimos. Seremos más sabios porque cuando sale la sabiduría recibimos como respuesta otra que nos falta, que nos complementa.
Mañana se cumple un mes de encierro y saldré por primera vez más allá de los cien metros por donde me moví en este aislamiento. El viento nuevamente golpeará mi cara. Veré a otras personas, distintas a las habituales. Veré sus reacciones. Se que será una linda experiencia y el anuncio que pronto, todo volverá a ser como antes, pero yo seré muy distinto. Por ahí comienzan los grandes cambios, por mi. Luego los cambios de cada uno de nosotros harán cambiar al conjunto, a la sociedad a todo el entorno, hasta a la naturaleza, que tanto deberemos cuidar, porque ahora vemos ejemplos de reconstrucción que asombran y alientan.
Necesito de Uds. mucho más de lo que imaginaba. Soy en función de mi actuación en conjunto y para nada me interesa convertirme en un ente aislado, que si bien puede tener mucha vida interior, por no compartirla se convierte en un ser muy egoísta o solo en un sobreviviente.
No me considero egoísta y quiero vivir a pleno, con mi pequeña familia, mis amigos, mis instituciones donde participo. Nutriéndome de tantas cosas que hay por ahí, sobre las cuales no tengo ni idea de su existencia, aún.
Si sigo caminando con el aire dándome en la cara, seguro seré un poco menos imperfecto. Me va la vida en esto. No quiero convertirme a un muerto que respira.
Por esto les dejo este poema de un mexicano, Antonio Muñóz Feijoo (1851-1890):
No son los muertos los que en dulce calma…la paz disfrutan de la tumba fría…
Muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía.
La vida que vivimos es la del honor…del amor y …del recuerdo.
Por eso hay hombres que en el mundo viven…y hombres que viven en el mundo muertos.
dp