jueves, 29 de mayo de 2025

OTRO AVENTURERO EN LATINOAMERICA



William Walker, el millonario estadounidense que invadió varios países de América Latina y acabó fusilado


Por Vinícius Pereira



El 5 de octubre de 1860, The New York Times informó sobre la ejecución de un estadounidense en Honduras. "Marchó desde su celda hasta el lugar de ejecución con paso firme y semblante inquebrantable… tres soldados avanzaron y dispararon sus mosquetes… esparciendo su cerebro y su cráneo al viento".

El impactante extracto cuenta el final de la vida de William Walker, un millonario que invadió varios países latinoamericanos con un ejército privado con el fin de establecer colonias bajo su control personal.

Durante su vida, Walker logró tomar el poder durante casi dos años en Nicaragua, donde bajo su régimen estableció el inglés como idioma oficial, cambió la bandera nacional y revocó la liberación de los esclavos en el país.

Derrocado de la presidencia, regresó a Estados Unidos con estatus de héroe, pero optó por regresar a Honduras para revivir sus planes. Allí fue capturado, juzgado y condenado a muerte.

Walker, sin embargo, dejó un legado para el continente: los expertos entrevistados por BBC News Brasil dicen que sus invasiones ayudarían a forjar un sentimiento de orgullo y una identidad latinoamericana.

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¿Quién fue William Walker?

La trayectoria de William Walker comenzó a unos 2.000 kilómetros del lugar donde sería ejecutado.

Nacido en el estado americano de Tennessee en 1824, era hijo de un destacado matrimonio de empresarios, procedente de una familia con fuerte influencia en la política local.

Según John E. Norvell, profesor de historia en la Academia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, que publicó un artículo sobre la vida de Walker, estudió medicina, fue periodista y abogado, pero acabó abandonando estas profesiones.

Pronto empezó a imaginar una carrera como "filibustero", un mercenario que se une a una expedición militar no autorizada a un país para fomentar una revolución.


"Walker vio la perspectiva de ir a la batalla como una gran aventura. Quizás creía que el 'Destino Manifiesto' de Estados Unidos (una doctrina según la cual Estados Unidos sería considerado responsable de traer la civilización a América) era el de anexar el resto del continente", afirma Norvell en un artículo.

"O tal vez, como el filibustero, Walker se imaginó conquistando vastas regiones de Centroamérica, donde crearía nuevos estados esclavistas para unirse al sur americano”, añade.

En 1853, Walker reclutó a propietarios de esclavos estadounidenses y comenzó su campaña en México en busca de poder y más riqueza. "Al reclutar a partidarios norteamericanos de la esclavitud, esperaba formar una colonia estadounidense en México que eventualmente podría formar parte de Estados Unidos, como lo había hecho Texas antes", dice Norvell.

El ejército mercenario de Walker conquistó dos ciudades mexicanas: La Paz y Ensenada. Allí fue nombrado presidente de la nueva "República de Sonora".

Pero días después de la conquista, la falta de suministros y la resistencia inesperada de las tropas mexicanas obligaron a Walker y su ejército a retirarse a Estados Unidos.


Dictador en Nicaragua

El revés en México no detuvo los sueños de Walker. En 1854, tras estallar una guerra civil en Nicaragua entre partidarios del partido Legitimista, con sede en la ciudad de Granada, y el Partido Demócrata, en León, el líder de los últimos, Francisco Castellón, buscó el apoyo militar de Walker.

“Estos partidarios de Walker, especialmente aquellos que lo apoyaron a cambio de ventajas personales, pueden ser considerados parte de una clase burguesa local que se beneficiaría de la alianza con intereses extranjeros, como Estados Unidos, en detrimento del desarrollo autónomo de sus países”, dice Elaine Santos, doctora en sociología e investigadora del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (USP).

Era la oportunidad del millonario estadounidense de alcanzar el poder. La llegada de las tropas de Walker cambia el rumbo de la guerra civil.

En el libro "La invasión filibustera de Nicaragua y la guerra nacional", publicado por el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), el autor J. Ricardo Dueñas Van Severen detalla que los norteamericanos que desembarcaron en la ciudad del Realejo y, con el apoyo de tropas locales, lograron ampliar su poder.


Al ganar la batalla en Granada contra las tropas gubernamentales, Walker finalmente logra controlar el país. Y en una votación simbólica es elegido presidente.

“Al mediodía del 12 de julio de 1856, trece meses después de desembarcar en el Realejo, Walker prestó juramento como Presidente de Nicaragua en la Plaza Mayor de Granada. Aunque los augurios de tragedia ya eran claros y oscuros nubarrones se cernían sobre la cabeza de Walker, éste fue el momento de mayor triunfo para el invasor y el momento de mayor humillación para Nicaragua y Centroamérica”, afirma el autor.





Walker empezó a traer costumbres y políticas de Estados Unidos a Nicaragua. Gobernando por decretos, optó por restablecer la esclavitud, instituyó el inglés como idioma oficial, fomentó la llegada de norteamericanos, además de cambiar la constitución y la bandera del país.

“En su acción más controvertida y debatida, instauró la esclavitud en Nicaragua, lo que probablemente era un intento de atraer a los sureños estadounidenses a su causa. En términos más generales, Walker quería que la región se incorporara de alguna manera a los Estados Unidos”, dice Marshall C. Eakin, profesor de historia en la Universidad de Vanderbilt, en Estados Unidos.

Walter vio en el decreto que declaraba que todos los bienes de los “enemigos del Estado” serían confiscados a favor de la República, y que una Junta Especial sería la encargada de tomar posesión, dirigir y decidir sobre la venta o transferencia de los bienes confiscados, como una oportunidad para repartir tierras entre sus compatriotas, explica Severen.


Su gobierno fue rápidamente reconocido por Washington dada la importancia económica que tenía para Estados Unidos el acceso al Pacífico, vía Nicaragua.

"Desde 1849, California y el oeste adquirieron una nueva importancia para Estados Unidos. Al no existir una ruta interoceánica que conectara los océanos Atlántico y Pacífico, se abrió una importante ruta comercial entre la ciudad de Nueva York y San Francisco, que atravesaba Nicaragua. Los barcos salían de Nueva York con destino a Nicaragua, donde personas y mercancías eran transportadas por agua y tierra hasta el Pacífico para ser enviadas a San Francisco", dice Norvell.


El fusilamiento

La victoria del ejército de Walker y su poder no duraría mucho. Casi dos años después de tomar el poder, una tropa de nicaragüenses exiliados se unieron a tropas de países centroamericanos, así como a mercenarios financiados por otros estadounidenses con negocios opuestos a Walker para derrocarlo del poder.

Incapaz de contener el impulso de las tropas que se oponían a su régimen, Walker es expulsado de Nicaragua y regresa a Estados Unidos con estatus de héroe. Allí escribe un libro llamado "La guerra de Nicaragua" y comienza a reclutar nuevos aliados. No permanece mucho tiempo en tierras del norte.

Su plan seguía vivo y, tres años después, desembarcó en Honduras para una nueva aventura golpista.


Considerado un peligro por los británicos, Walker es arrestado por un comandante inglés cuyo barco protegía los intereses británicos en la región y es entregado a las autoridades locales en Trujillo.

"El capitán inglés Salmon, acompañado de cuarenta hombres, navega río arriba en dos pequeñas embarcaciones. Al llegar donde está Walker le insta a rendirse y le avisa de que está rodeado por las tropas hondureñas", dice Severen en su libro.

Walker termina siendo rápidamente sentenciado a muerte por las autoridades hondureñas y muerto a tiros por tropas leales al gobierno hondureño.


Símbolo latinoamericano

"Walker es considerado ahora el epítome del agente imperial estadounidense despiadado y aventurero. En Centroamérica, simboliza los esfuerzos imperiales estadounidenses del siglo XIX", dice Eakin.

Para Elaine Santos, de la USP, las invasiones promovidas por Walker reforzaron un sentimiento nacionalista, relacionado con la soberanía y la independencia en la región.

"Creo que su historia y sus incursiones reforzaron la premisa, especialmente en centroamérica, de los 'peligros' del imperialismo y la importancia de estar atentos a las amenazas externas", afirma.



Fuente: https://www.bbc.com/mundo/articles/crgy74091qjo



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miércoles, 28 de mayo de 2025

DE JERARCA NAZI A CONCEJAL EN ARGENTINA






De jerarca nazi a concejal de la UCR: fue la mano derecha de Himmler y general de las SS, pero en Córdoba vivió como un vecino respetado.


Ludolf von Alvensleben fue uno de los jerarcas nazis más influyentes del Tercer Reich; tras la guerra, se refugió en la Argentina y terminó sus días en un pequeño pueblo de Córdoba





Desde muy chica, Elisa Pardo (62) escuchaba a los adultos del pueblo hablar de “el nazi”. Así le decían a un hombre que había sido vecino en Santa Rosa de Calamuchita, Córdoba. Él había muerto cuando ella tenía apenas siete años, pero su nombre seguía apareciendo en las conversaciones. Nadie contaba demasiado, pero todos parecían saber quién era. Esa curiosidad infantil, que comenzó como una simple pregunta, fue creciendo con los años hasta convertirse en una obsesión: ¿quién había sido Ludolf von Alvensleben?

Durante ocho años, Elisa se dedicó investigar. Y lo que descubrió la estremeció. No solo se trataba de un alto jerarca nazi, sino que ese hombre con un pasado tan oscuro como inquietante, se había refugiado en el país y vivido a la vista de todos. Fue presidente de un club deportivo, concejal por la Unión Cívica Radical y hasta se atrevería a decir “un vecino respetado del pueblo”. En su libro La búsqueda de Hubertus: tras las huellas del alto jerarca nazi Ludolf von Alvensleben, Pardo reconstruye la vida de quien logró esconder su historia entre la rutina y el olvido.

-Para quienes no lo conocen, ¿quién fue Ludolf von Alvensleben y qué lugar ocupó en el régimen nazi?

–Su nombre completo era Ludolf Hermann Emmanuel Georg Kurt Werner von Alvensleben. Nació en Halle, en Sajonia, Alemania, y provenía de una familia aristocrática con tradición militar: su padre y su abuelo también habían sido militares. Fue miembro de las SS con el rango de Gruppenführer y llegó a ser teniente general de la policía y las Waffen SS (el cuerpo paramilitar de los nazi). Ocupó un lugar importante, fue la mano derecha de Heinrich Himmler, uno de los líderes más influyentes del nazismo, el creador de los campos de concentración y el principal ideólogo de la mística que envolvía a las SS. Himmler promovía una visión casi religiosa del nazismo, cargada de simbolismo pagano, cultos a los dioses nórdicos y una exaltación de la “pureza aria”. Von Alvensleben respondía directamente a Himmler, quien a su vez, respondía solo a Adolf Hitler. Su caso es particular porque el nazismo no había logrado atraer a ciertos sectores sociales, como los aristócratas, los anarquistas o los marxistas. Su base de apoyo era, principalmente, la clase media empobrecida. Por eso sorprende que alguien como von Alvensleben, que pertenecía a la nobleza, se haya entregado con tanto fervor al Partido Nacional Socialista.

–¿Y por qué cree que lo hizo?

–Creo que hay pasiones oscuras que muchas veces ya vienen con el ser humano. Él ejerció un poder ilimitado en los campos de concentración que tuvo a su cargo, entre el 1938 y 1941.

-¿De cuántas muertes se lo acusó?

-Los números varían según las fuentes, pero se estima que estuvo involucrado en la muerte de unas 5000 personas, en su mayoría polacos. En los campos de concentración en los que estuvo, no usaban cámaras de gas. Allí actuaban los Einsatzgruppen, que significa “grupos móviles de exterminio”. Mataban a sus víctimas con un disparo en la nuca. Hombres, mujeres y niños… todos enterrados en fosas comunes, muchas veces cavadas por los mismos prisioneros antes de ser asesinados. Los cuerpos se apilaban porque iban cayendo uno sobre otro. Es algo escalofriante. Cuesta imaginar tanta crueldad. Hasta algunos miembros de las SS llegaron a admitir que esa forma de matar los perturbaba profundamente. Pero, al parecer, a Ludolf von Alvensleben no.

-¿Cómo logró escapar y llegar a Argentina?

-Después de la guerra fue capturado por los británicos, pero logró escapar del campo de prisioneros de Neuengamme. Llegó a Italia, donde ya lo esperaba un pasaporte falso, gestionado con ayuda de la Cruz Roja y el aval del Vaticano, y un pasaje en barco para llegar a Sudamérica, uno de los destinos preferidos de los nazis que huían. En su caso, no hay certezas sobre cómo llegó al país: algunos piensan que podría haber llegado en los submarinos conocidos “los lobos grises” que desembarcaron en la Patagonia. Lo cierto es que llegó a la Argentina en 1948, con el nombre de Carlos Lücke.

-¿Cómo fueron sus primeros tiempos en el país?

-Se instaló primero en la ciudad de Buenos Aires, en un departamento ubicado en la calle Belgrano 553. Era un edificio antiguo, pero aún en buen estado. Durante ese tiempo estuvo muy vinculado a la comunidad alemana que vivía en la ciudad. Hizo algunos trabajos esporádicos, nada muy estable, y supongo que acá aprendió el idioma. Hablaba muy bien el castellano. Hasta que en 1952 se mudó a Villa María, en Córdoba, donde finalmente se reunió con su familia. Pero su estadía en Villa General Belgrano fue breve, enseguida se mudó a Santa Rosa de Calamuchita.

Ludolf von Alvensleben estaba casado con Melitta Sophie Julie Mila Carola von Guaita. Juntos, tuvieron cuatro hijos: Ludovica, Constantino, Busso y Erica. “Hace poco descubrí que también tuvo un hijo extramatrimonial nacido en un Lebensborn”, dice Elisa.

“Los Lebensborn [que significa “fuente de vida” en alemán] eran hogares especiales creados por el régimen nazi, donde mujeres arias eran alentadas a tener hijos con miembros de las SS, con el objetivo de ‘aumentar la población pura’, según la ideología nazi. Y fue en uno de esos lugares donde Alvensleben tuvo a ese otro hijo”, explica.


Aquí aparece parado detrás del mismísimo Himmler

-Villa General Belgrano es conocida por su gran comunidad alemana. ¿Por qué decidió mudarse a Santa Rosa de Calamuchita?

-A él no le gustaba que los alemanes de Villa General Belgrano se mantuvieran tan cerrados, sin mezclarse con la gente del lugar. Era una persona muy volcada a la vida comunitaria, le gustaba participar e integrarse. En Santa Rosa de Calamuchita incluso dejó de usar su nombre falso y le decían “Bubi”, que quiere decir niño. No hablaba abiertamente de su pasado, pero tampoco lo negaba: admitía que había estado en la guerra. Tenía una casa muy modesta y era muy austero. No tenía lujos pero no le faltaba nada, hasta le alcanzaba para enviarle algo de dinero a Erica, su hija, que estaba en Alemania. Su esposa era ama de casa. Se lo solía ver manejando un jeep, pero hay vecinos que recuerdan que, cuando recién llegó, tenía un Maserati, algo que llamaba mucho la atención en un pueblo tan chico.

-¿En Calamuchita, a qué se dedicó?

-Él era agrónomo, se había graduado en Alemania allá por 1920. Así que, cuando se instaló acá, empezó criando ovejas. Más adelante se convirtió en corredor inmobiliario, hasta que lo nombraron inspector de caza y pesca. Y ahí viene una parte bastante insólita… Como inspector de caza y pesca, dependiente del gobierno provincial, se tomaba el cargo muy en serio. A veces demasiado. Si alguien pescaba sin permiso o con el carnet vencido, los corría… ¡a los tiros! Hay una anécdota increíble: una vez persiguió en su auto a dos pescadores y les disparó. El auto terminó volcado y todos los pejerreyes que habían pescado quedaron desparramados por el camino. Era un hombre de armas tomar, literalmente. Siempre andaba armado por el pueblo. Yo creo que, en parte, lo hacía porque sabía que lo estaban buscando. Simón Wiesenthal, el famoso cazador de nazis, seguía sus pasos y ya tenía varios pedidos de captura.

–Mencionó que dejó Villa General Belgrano porque buscaba integrarse más en la comunidad. ¿Qué vínculo tuvo con la gente del pueblo?

-Tuvo una participación muy activa. Fue vicepresidente segundo de la cooperadora policial de Santa Rosa de Calamuchita, director técnico y luego presidente del Club Unión de fútbol. También fue elegido concejal por la Unión Cívica Radical en 1963.

–¿Cómo se explica que alguien con ese pasado haya ingresado al país, se haya establecido y llegado a ocupar un cargo público sin mayores inconvenientes?

–Ese justamente fue uno de los aspectos que más me interesó explorar en el libro. No solo reconstruí su historia, también quise entender cómo una persona así pudo insertarse tan fácilmente en una comunidad. Desde un punto de vista psicológico y sociológico, es muy revelador. A nivel social, él era visto como un hombre correcto, muy respetuoso, con buenos modales y una vida ordenada. Él se brindaba, los chicos que jugaban al fútbol iban a comer asados a su casa... Todo eso generaba cierta admiración, al punto de que muchos dejaban de lado, o preferían no ver, su pasado. Es como si su comportamiento presente sirviera para disculpar lo anterior. Eso es lo que más llama la atención: cómo se naturalizó su presencia y hasta se lo valoró.

Además, en aquella época, en nuestro país había un fuerte sentimiento pro germánico. En 1938, cuando Alemania anexó Austria, acá en la Argentina se realizó un acto masivo en el Luna Park organizado por la comunidad alemana. Fue, de hecho, el acto más grande de apoyo al régimen nazi fuera de Alemania. También existía un marcado sentimiento filonazi dentro de sectores del Ejército argentino. Los jerarcas nazis que lograron ingresar al país a través de lo que se conoció como “la ruta de las ratas”, lo hicieron con la venia de Perón.

Entre los testimonios y anécdotas que más llamaron la atención durante su investigación, Pardo recuerda uno en particular: una mujer le contó una experiencia que había vivido su padre con Alvensleben. En una conversación, él se refirió a Don Rubinich, un almacenero del pueblo, con un insulto antisemita: “judío de mierda”. El padre de la testigo no se lo dejó pasar. Le reprochó: “No, mi amigo… acá no. Esas cosas no se las vamos a permitir”. Fue un gesto simple, pero significativo.

-¿Hubo alguna intención de enjuiciarlo o de extraditarlo?

-Sí, hubo varios pedidos de captura en su contra, pero nunca llegaron a concretarse. Para ese entonces, Adolf Eichmann ya había sido capturado en Argentina, juzgado en Israel y condenado a muerte, lo que puso en alerta a muchos prófugos nazis. En el caso de Alvensleben, incluso hubo un pedido formal de extradición que el presidente Arturo Illia no autorizó. Él sabía que lo estaban buscando y que estaban cada vez más cerca. Pero no llegaron a tiempo: en 1970 murió de cáncer de pulmón. Después de su muerte, su esposa se mudó a Villa General Belgrano y los hijos se fueron del pueblo. Algunos regresaron a Alemania y otros se instalaron en Buenos Aires.

Entre los muchos enigmas que rodean la historia de von Alvensleben, uno de los más curiosos es su tumba. “Una de las primeras cosas que hice fue ir al cementerio a ver dónde estaba enterrado. Y lo que más me llamó la atención es que su tumba nunca está descuidada. Siempre tiene flores, siempre está bien arreglada. ¿Quién las lleva? Nadie lo sabe”. Pero hay más: la lápida, que ya no está, tenía un epitafio escrito en un alemán muy antiguo, difícil de traducir. Se menciona un castillo, probablemente el que perteneció a su familia en Alemania y que fue expropiado en 1945. Hoy ese castillo es, irónicamente, un spa de sanación. El mensaje, sin embargo, sigue siendo confuso... como si también guardara un secreto", dice Pardo.

-El libro se llama “La búsqueda de Hubertus”. ¿Quién fue Hubertus?

-Hubertus es el nombre de un nieto de von Alvensleben que decidió investigar la vida de su abuelo, algo que el resto de la familia, al parecer prefería no hacer. Con todo lo que descubrió, hizo un documental titulado Back Home to the Reich with Bubi. Le puse ese nombre porque como Hubertus, yo hice mi propia búsqueda. Hubertus leyó mi libro y le gustó mucho.

–Para cerrar, ¿qué revela esta historia sobre la Argentina y su vínculo con los refugiados nazis?

–Muestra una fuerte tolerancia —o incluso adhesión— a los totalitarismos y lo que Hannah Arendt llamaba “la banalidad del mal”. Personas con un pasado gravísimo pudieron empezar de cero con total facilidad: compraron propiedades, participaron de la vida pública, ocuparon cargos... cosas que hoy nos parecerían imposibles. A mí todavía me sorprende. Y creo que eso es lo que más impacta a quienes leen el libro: cómo una sociedad pudo abrirle la puerta, sin demasiadas preguntas, a personajes con un pasado tan oscuro.


Por Constanza Bengochea




Fuente: https://www.lanacion.com.ar/lifestyle/de-jerarca-nazi-a-concejal-de-la-ucr-fue-la-mano-derecha-de-himmler-y-general-de-las-ss-pero-en-nid20052025/



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jueves, 22 de mayo de 2025

MALVINAS VISTA POR UN INGLES




Por Max Hastings



El texto que transcribimos a continuación fue escrito en 2007, cuando se cumplían 25 años de la guerra de Malvinas. Pertenece al periodista e historiador militar inglés Max Hastings, editor jefe de "Evening Standart" . Es un valioso documento que mantiene viva la memoria, cuenta su experiencia personal en el conflicto armado y reflexiona sobre los entretelones políticos que se vivieron entonces entre Argentina y Gran Bretaña.


"Hace 25 años, cuando la Argentina recupero las Falklands, yo estaba sentado en mi casa de la campiña inglesa, escribiendo un libro sobre la Segunda Guerra Mundial. Al enterarnos de que Margaret Thatcher iba a enviar una fuerza de tareas para recuperarlas, primero pensé que la primera ministra se había vuelto loca. Parecía imposible imaginar que, en el año del Señor 1982, dos países civilizados libraran una guerra por un insignificante pedazo de tierra situado en medio del Atlántico Sur.


La mayoría de mis antiguos colegas de los medios, con quienes había trabajado informando sobre conflictos de todas partes del mundo, desde Israel a la India y Vietnam, se negaron a acompañar a la fuerza inglesa cuando zarpó de Southampton porque no creían que fuera a combatir.


Me dijeron que era un tonto por perder el tiempo cuando impulsivamente decidí ir. Mi opinión era que, aunque había un 20 por ciento de probabilidades de que se llegara a la guerra, quería tener la oportunidad de contar una historia que quizás fuera una de las más grandes de la década.


Y así fue. Cuando, tras seis tediosas y vacías semanas en alta mar, una noche abordamos embarcaciones de asalto para desembarcar en San Carlos, la mayoría de nosotros todavía seguía en estado de descreimiento.


Cuando vimos a los primeros Skyhawks y Mirages argentinos descender velozmente para atacar la flota, mientras los aviones caían y los buques se hundían, las escenas parecían tomadas de una epopeya hollywoodense.


Para mí –debo confesarlo- las semanas que siguieron fueron una gran aventura. A menudo tuve miedo, muchísimo frío, cansancio y hambre. Hubo momentos en que temimos ser derrotados, en especial después de las grandes pérdidas de barcos debidas a los ataques aéreos.

Nuestros soldados e infantes de marina, a diferencia de los infortunados conscriptos argentinos, eran todos voluntarios, espléndidamente equipados y bien entrenados. Ninguno de nosotros sentía el menor odio hacia el enemigo.


Muchas noches me quedé acostado sin poder dormir por el frío, temblando en la cima de una montaña y maldiciendo mi propia estupidez por haberme embarcado en esta expedición increíblemente dura a la avanzada edad de 36 años. Pero entonces llegaba el alba y empezábamos a marchar otra vez. Con la ayuda de un café y una mezcla de avena y manzana disecada calentada sobre un hornillo a querosén, mi ánimo se reconfortaba y otra vez me sentía decidido a ver cómo terminaba el asunto.




Carlos III, el rey “Entrometido”


Luego de la última noche de combates, el 13 de junio, las primeras luces me encontraron junto a la principal compañía de un batallón de paracaidistas, terriblemente fatigado, pero ya cerca de Puerto Stanley. Las tropas recibieron la orden de detenerse, mientras se desarrollaban las negociaciones con el General Menéndez.


Como periodista, me quité todo el equipo militar y caminé solo hacia las líneas argentinas con las manos en alto, rogando que nadie me disparara.


Muchos años después, conocí al oficial al mando en las afueras de Stanley, que me había visto acercarme. Le pregunté "¿Por qué no me dispararon? El fuego todavía continuaba". Se rio y dijo: "Usted no parecía un soldado y yo no tenía conocimiento de que hubiera un manicomio en las islas, así que pensé que tenía que ser periodista".


Cuando llegué al cuartel general de Menéndez, obtuve su autorización para seguir hasta el hotel Upland Goose. Atravesé la pequeña y árida ciudad por entre columnas de exhaustos soldados argentinos, algunos heridos, todos con cara de trágica perplejidad.


En el hotel entrevisté a algunos de los civiles británicos, tomé un gran vaso de whisky, luego volví caminando hasta las líneas británicas para que me llevaran en helicóptero hasta San Carlos y así poder enviar mi nota a Londres. Para cuando se publicó, la guerra había terminado.

Pensaba entonces, como también lo hago ahora, que, tras la ofensa argentina, Gran Bretaña tenía razón en pelear, en mostrar que siempre resistiríamos una agresión armada. Pero también pensaba entonces, como lo hago ahora, que deberíamos haber negociado un acuerdo de soberanía, porque las Malvinas significan mucho más para la Argentina que las Falklands para Gran Bretaña.


De hecho, escribí un artículo donde decía esto inmediatamente después de la guerra, que hizo que la señora Thatcher me mandara llamar y me diera una seria reprimenda. "Debería tener más juicio que la mayoría de la gente, señor Hastings, es impensable negociar con la Argentina después de lo ocurrido", dijo.


Sin embargo, el costo financiero de la guerra para Gran Bretaña es grotesco. Más allá de la factura inmediata de más de 2.000 millones de libras, todavía hoy gastamos millones de libras por año para la defensa de las islas. No creo que se deba permitir que los deseos de los isleños mantengan indefinidamente el veto a toda negociación.


Nos han obligado a crear un interés británico estratégico en el Atlántico Sur, cuya existencia jamás habíamos reconocido antes de la guerra, para justificar retrospectivamente el haber luchado por él. Pero la Argentina, a su vez, debe reconocer que los acontecimientos de 1982 han demorado drásticamente cualquier acuerdo.


Como combatió y murió tanta gente, y se gastaron tantos recursos del tesoro para reconquistar las islas, políticamente es casi imposible que un gobierno británico moderno renuncie a ellas.


En 1997, poco después de que Tony Blair fuera elegido primer ministro, almorcé con uno de sus asesores más cercanos, Peter Mandelson, entonces ministro y luego Comisario británico de la Unión Europea. Le dije que tenía la esperanza de que el nuevo gobierno pensara en la posibilidad de entablar negociaciones con Buenos Aires. Se inclinó hacia adelante sobre la mesa y dijo: ¿Qué ganamos con eso?.


Unos pocos como usted aplaudirían. Pero el lobby de las Falklans en el Parlamento pondría el grito en el cielo, los medios se volverían locos, el público estaría indignado. Tenía razón, por supuesto.


Nada ha ocurrido ni es probable que ocurra. Mi firme opinión es que la política argentina en la actualidad debería ser como debería haber sido hace 30 o 40 años –seducir a la comunidad de las Falklands, no amenazarla-. Añadiría que, conociendo las islas como las conozco, parece incomprensible que la Argentina las quiera tanto. Allí no hay nada, absolutamente nada, que una persona sensata pueda querer. Es uno de los lugares más desolados, solitarios y terribles de la Tierra para cualquiera salvo las aves, los peces y las focas.


No creo que el petróleo resulte extraíble económicamente, como esperan algunos visionarios. En realidad, la perspectiva real de extraer petróleo sería desastrosa, porque le daría una urgencia dramática a la disputa por el futuro de las islas.


Siendo alguien que ama a la Argentina y a su pueblo –mi hijo vive allí-, agradezco que la calidez de la relación entre nuestros dos países hoy se haya recuperado.


Fue un conflicto demencial, trágico y totalmente innecesario, cuyo único beneficio duradero ha sido la restauración de la democracia en la Argentina y años después, saludo a los que lucharon en ambos bandos, y especialmente a aquellos que murieron, y sigo albergando una pequeña y frágil esperanza de que algún día se pueda llegar a un acuerdo.



Fuente: https://viapais.com.ar

W/65 – Promoción XXIII



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