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ARGENTINO. LIBREPENSADOR. CRONISTA. COMENTARISTA. BLOGUERO. INVESTIGADOR HISTORICO. GUIADAS CULTURALES: RECORRIDOS POR BUENOS AIRES ESPECIALIZADOS EN INTERPRETACION DE SIMBOLOS, HISTORIA Y SOCIEDADES INICIATICAS. E-mails: danielpena1872@gmail.com o daniel_pena1872@yahoo.com.ar
En la noche del 28 de junio de 1984 el buque tanque Perito Moreno estalló en llamas cuando descargaba combustible en Dock Sud. Los bomberos de Prefectura estuvieron combatiendo el incendio durante 11 días interrumpidos. El buque se partió prácticamente en dos y las llamas llegaron a los 200 metros de altura. Los bomberos debían impedir que las llamas llegaran a los depósitos próximos al buque, cargados con combustible que, de explotar, podrían haber originado una verdadera catástrofe en toda la zona. Mientras el Perito Moreno ardía con furia, cuatro tripulantes lograron arrojarse al agua y nadar hasta la orilla. El acceso de las ambulancias al lugar era dificultoso, porque el fuego había elevado la temperatura hasta centenares de metros alrededor de la embarcación. Un día después del estallido, un grupo de bomberos logró abordar el barco para atacar frontalmente el foco del incendio: las explosiones se sucedían en el interior del casco. Poco después, el fuego se incrementó súbitamente en el sector de popa y obligó al personal de bomberos a retirarse del buque y comenzar nuevamente la lucha por evitar que se propaguen las llamas. Mientras tanto, se dio a conocer el saldo provisorio de víctimas, tres muertos y seis desaparecidos. El barco ardía en su parte media, lo que obligó a intensificar las tareas para evitar la explosión del tanque número seis, aún cargado con 3.000 metros cúbicos de petróleo crudo. Finalmente y luego de varias jornadas más de intensa batalla, las llamas fueron extinguidas totalmente.
UN RELATO VIVIDO DE UNA VIDA MARCADA
30 AÑOS DEL "PERITO MORENO"
Por Bombero Docke (escrito en 2014)
Era el 28 de junio de 1984. Me hallaba estudiando en mi casa sobre una obra de Ruviere: ”Anatomía y fisiología descriptiva". Era parte de mi preparación para los exámenes cuatrimestrales del profesorado de educación física.
La tremenda onda expansiva sonora y de calor abrió la puerta de mi casa. A pesar de estar cerrada con llave arrancó el trozo de cerradura y la abrió por completo con violencia. Al inmediato corte de energía eléctrica, le sucedió una increíble iluminación rojiza del cielo.
No hacía falta ser muy experto en el tema para comprender que algo muy grave estaba ocurriendo en Dock Sud. Si bien en primera instancia —por la altura de las llamas— supuse se trataba de un incendio en la usina de Segba. Luego comprobé que aquel incendio era más lejos aún: aproximadamente a un kilómetro de mi casa había estallado el buque tanque «Perito Moreno», de la ex Y.P.F.
Busqué en la oscuridad de mi habitación el saco de cuero, borceguíes, mi casco y salí a la calle, para dirigirme al Cuartel, a trescientos metros de distancia. Por el corte general de energía la sirena general no funcionaba. Obviamente, ésta no era necesaria para convocarnos.
No había luz en las calles ni los hogares, pero el cielo era tan brillante, que se podían distinguir las caras a cincuenta metros de distancia. Comencé a correr, pero al doblar la primera esquina, el primer impacto: choqué con gran cantidad de personas que escapaban llorando por veredas y el centro de la calzada, llevando a sus hijos y algunas pertenencias. Una verdadera marea humana que venía directamente hacia mí. Algo similar sucedía con los habitantes de la costa este del Dock Sud.
Todo este cuadro en medio de los gritos, el resplandor parpadeante del fuego, el llanto de los chicos y mujeres. Desde esa esquina podía observar las lenguas de fuego y escuchar el crepitar proveniente del puerto.
Como pude y esquivando gente, levantando a otras, comencé a correr hacia el cuartel. Antes de llegar a la esquina, las dos unidades llenas de personal doblaron y se alejaron hacia el incendio. Nuevamente –como cuando era aspirante-: a correr detrás de los camiones, a los que alcancé tres cuadras más adelante, frente a la Comisaría de Dock Sud. En ese lugar, varias personas intentaban convencer a quien iba al mando de las dotaciones: “no vayan muchachos”, “esto vuela todo”, “piensen en su familia”, etcétera.
Una cortina humana que trataban de que no concurriéramos.
Mi correctísimo amigo y comandante en ese momento, Eduardo Krizanovic, continuó con la marcha. Nos detuvimos en la orilla del Canal Dock Sud —esquina de Ingeniero Huergo y Solís—, para observar la situación: El buque siniestrado se hallaba en la orilla opuesta del canal, de un ancho aproximado de 80 metros, ardiendo íntegramente.
Era una bola de fuego de 150 metros de longitud por otro tanto de altura de sus llamas. El agua del canal completamente cubierta por petróleo en ignición.
En el techo del elevador de granos ubicado en nuestra orilla, ardían pequeños derrames de combustible. Por momentos el fuego subía por la pared del muelle y las lenguas de fuego llegaban hasta la misma calle que debíamos atravesar. Varios charcos de petróleo ardían en la calle y veredas del puerto.
Había muchísimo silencio. Sólo se escuchaba el crepitar del fuego sobre el petróleo y las órdenes de Krizanovic. A mi izquierda, pasó corriendo un aficionado a la fotografía quien no cesaba de disparar su cámara. Doscientos metros detrás de nosotros, el murmullo del gentío que intentaba presenciar el incendio “en primera fila” y que era contenido a duras penas por la policía y Prefectura.
Recuerdo como si fuera hace un momento: “Chiqui” Krizanovic abre la puerta, se asoma hacia nosotros, y dice: “Che, el que se quiera bajar, que se quede, pero esta yo no me la pierdo”. Y la respuesta: “Nadie se queda, allá vamos todos”.
“Bueno, contame la gente, ¿Cuántos somos?” —había gente parada, en el monitor había tres—, y escondido debajo de varios sacos de cuero venía Carlos Carro, quien es actualmente presidente de la institución, pero que no podría haber ido por ser cadete.
Nadie quería faltar… Y sería para mí imposible olvidarme de su cara de nene, como pidiendo “no le digan que estoy aca!”.
Contrastando con la oscuridad del barrio, las calles de ambas orillas del canal estaban iluminadas a pleno por el fuego. Comenzamos la marcha bien pegados al cordón derecho, ya que por el izquierdo de vez en cuando aparecía velozmente alguna lengua que subía desde el agua y llegaba casi hasta nosotros.
Hacia proa del “Perito Moreno”, una silueta muy familiar para mí: el buque tanque “Cabo Corrientes”, embarcación en la que trabajé junto a mi tío Ambrosio Matarese durante algún tiempo.
Según lo que conocíamos, el Cabo Corrientes, era en ese momento era el buque tanque más grande de la Argentina, o uno de ellos. Observé un pequeño foco detrás de la chimenea, seguramente algún charco de combustible que cayó cuando la explosión. Lucía con todas sus luces encendidas, tal vez las únicas en muchos metros a la redonda. Su chimenea de color ámbar, brillaba aún más iluminada por las lenguas de fuego que partían tanto del agua como del barco incendiado.
Y allá fuimos, esquivando grandes trozos de chatarra y cañerías desprendidas del barco por la explosión. Humeantes y al rojo, estaban sembrados por todas partes: desde bridas de cañerías, bulones partidos al medio con sus tuercas, chapas de cubierta, rompeolas de los tanques y sobresalía en el paisaje amarillento un gran trozo de baranda de lo que podría haber sido la borda del buque o un elemento de seguridad en el puente que cruzaba la cubierta. Algunos de estos elementos iniciaron un incendio de pastizales en la ribera oeste del canal Dock Sud.
Cruzamos por debajo el elevador de granos que atraviesa la calle: las crestas de las llamas doblaban en tamaño la altura de su estructura. Debo recordar que en ese mismo lugar quedó envuelto en un torbellino de fuego un autobomba de la Prefectura, con pérdida total del mismo.
Por momentos nos daba la impresión que el calor nos arrugaba la piel de la cara. Casi llegando al cruce a la otra orilla del canal, en calle Suárez, un gran trozo del puente del Perito Moreno exponía las humeantes cicatrices del abrupto corte sesgado dado por la explosión. En el lado oscuro se podía ver cómo su pintura primero se ampollaba y luego chorreaba en ignición, esto con la chatarra apoyada en las vías, a unos cien metros de distancia y con el pasto cercano encendido.
Los habitantes de los barrios de la Costa, con sus niños y enseres que intentaban salvar de una posible propagación masiva sobre las destilerías. Un detalle que no olvidaré: la expresión de pánico de casi todos ellos. Y muchos niños llorando.
En mitad de esa calle curva, nos topamos con dos autobombas de Prefectura, que salían del área de destilerías. No íbamos muy rápido por la gran cantidad de peatones que evacuaban la zona. Cuando nuestras ventanillas quedaron a la par, se escuchó decir: “Nos vamos, esto vuela todo”. Y la respuesta de Krizanovic: “Vos andate; nosotros nos quedamos, para esto vinimos”.
Fin de la charla. Prefectura a la otra orilla. Voluntarios: al fuego… Para eso somos esto que somos, no?
Llegué con aquella primera dotación hasta casi la borda del buque tanque. La soledad era tan absoluta como el silencio. Las instalaciones tanto de Alcoholes Soler, como de la Unión Carbide, o V.D.B., absolutamente expuestos a la propagación, desiertos. Los portones de acceso a esta última empresa, abiertos y deformados; una cadena rota con su candado en el piso evidenciaban el “apuro” de sus empleados por abandonar la planta. Lo habían derribado con un camión o algún vehículo de gran porte.
Recuerdo que en Unión Carbide un teléfono dentro de la casilla del guardia no cesaba de sonar.
El Perito Moreno se hallaba amarrado a muelles de hormigón plagados de una maraña de cañerías retorcidas por el calor; asemejaba un gigantesco plato de fideos al rojo vivo. La superficie del Canal Dock Sud cubierta de combustible en ignición, con llamas que por momentos eran de hasta diez metros de altura sobre el agua y, finalmente, un gran peligro potencial: la eslora de 231 metros por 26 de ancho y 33 de alto del buque tanque «Cabo Corrientes» estaban a escasos diez metros de la bola de fuego que alguna vez fue proa.
Hacia allí nos dirigimos con dos ex bomberos de Dock Sud que se hicieron presentes a colaborar: Daniel Zaracho y Rubén Darío Ramírez. La cubierta estaba desierta. Como ya he comentado, yo conocía el barco por haber trabajado en él, y sabía que su personal tendría que estar preparando su zarpada inmediata. Al subir había notado, por el ángulo de la planchada, que el buque podría estar con media carga, o lastrado, a punto de cargar, porque los conductos de carga estaban conectados.
El buque tenía sus dos motores principales encendidos. Como los guinches, malacates y las bombas alternativas de carga y descarga de petroleo eran a vapor contaba con seis gigantescas calderas, que fueron apagadas por la potencia de la onda expansiva, pero bajo una presión de cerca de veinte kilos por centímetro. Todas las luces del buque estaban a pleno.
Me dirigí a la popa del Cabo Corrientes, donde había visualizado un foco ígneo. El mismo se desarrollaba en su cuarta cubierta superior, junto a la chimenea: era un gran derrame proveniente de la explosión ocurrida a menos de veinte metros. Bajé dos cubiertas, tomé una manguera de vapor de las que se utilizan para limpiar los derrames de cubierta y con ella extinguí el combustible que bajaba por las escaleras ya casi hasta donde me encontraba. Superficie aproximada encendida: veinte por diez metros, en tres cubiertas. La parte trasera de la chimenea había resultado dañada.
Verifiqué alguna presencia humana en la estructura de popa, sin resultado. Sala de calderas vacía. Hice un reconocimiento del lugar, negativo.
Me preocupaba la ausencia de personal, estaba casi convencido —erróneamente, por suerte— de que podría haber alguien lastimado, sin sentido o algo peor, por la proximidad de tan tremenda explosión.
Luego advierto la presencia de un hombrecito que corría de aquí para allá, a la altura del puente de mando del barco. Se repartía entre corridas por cubiertas y el empleo de la radio para llamar a los remolcadores que tendrían que venir a llevarse el buque a lugar seguro.
Le pregunté si estaba solo —cosa imposible en semejante mole marítima—, me tomó por el saco de cuero y me pidió por favor que salvara al bombero —encargado de las bombas alternativas de descarga de petróleo—, ya que no lo podía encontrar por ninguna parte.
Podría estar en sala de bombas, a la que se llegaba por un pasadizo rectangular con una escalera vertical, hasta la sentina del buque. Ilustrativamente, ese lugar está “hundido” en la cubierta unos 25 ó 27 metros.
Allá bajé y revise… Nada… Subí a cubierta y fui a popa.
Baje a sala de máquinas. Estaban los motores en marcha, compresores, generadores a pleno, pero nadie se hallaba presente. Llamando permanentemente a los gritos, para sobreponerme al ruido de las diversas máquinas, baje las estrechas escaleras ya conocidas por mi. Casi treinta metros hacia abajo, angostas y engrasadas. Ante cada vibración de los dos motores principales, me parecía percibir alguna nueva explosión del Perito Moreno, o una propagación al buque donde me hallaba.
Recorrí como pude la gigantesca sala de máquinas —tal vez, de unos 20 metros de ancho, 60 de largo y otros 20 – 25 de altura al puente-grúa del techo—, tirándome al piso para observar bajo las máquinas, las calderas, los tanques de los compresores, por si quedaba alguien. En cierto momento, el buque vibró por alguna causa externa y ahí me di cuenta de todo: en cualquier momento esperaba que por alguna explosión se perforara el costado del buque y comience a entrar agua impregnada de combustible encendido, ya que me hallaba bajo la línea de flotación.
Esos tal vez dos minutos envuelto por esa masa metálica fueron, creo, los más largos que me tocaron vivir. Para subir a cubierta, la escalera parecía que se estiraba: nunca terminaba. Mi instinto de conservación determinaba que en cualquier momento explotaba todo y yo estaba ahí.
Cuando volví a la cubierta principal, el mismo oficial continuaba su búsqueda siempre corriendo, mientras a escasos metros se desarrollaba el incendio tal vez el más peligroso que tuvo la Argentina. Me dijo que ya venía el remolcador para retirar el barco. Casi en ese instante, y mientras yo buscaba al bombero faltante, escuché gritos del oficial por la aparición en el canal y entre las llamas del remolcador llamado “Pampero”.
Bajamos el cabo de arrastre, que fue enganchado en el remolcador, el que de inmediato comenzó a tirar. Es ahí cuando el oficial recuerda que el buque aun continuaba atado al muelle.
Con grandes hachas cortamos los cabos de amarre. Cuando comenzó a tirar me sorprendió en la proa del buque, explicando al oficial —ante su insistencia a que permaneciera alli con ellos, ya que eran dos—, que yo debía quedarme en tierra para combatir el incendio. Comencé a correr los más de cien metros hasta la escalera de descenso, pero ya la planchada corría sobre el muelle, adherida al buque. Había comenzado a bajar cuando «se terminó» el muelle, por lo que la escalera cayó y me arrojó desde unos ocho metros sobre la orilla, mezcla de petróleo y barro.
Quedé enterrado en el petróleo hasta los muslos, mientras el buque corría a creciente velocidad a pocos metros de mi espalda, lanzando el casco largas chispas, a la vez que los conductos de carga se estiraban y cortaban con un estallido, proyectándose en todas direcciones sus uniones metálicas.
En ese momento temí que, cuando el barco se hubiera retirado, se propagara el fuego del agua hasta donde yo estaba semienterrado y sin poder salir, lo que afortunadamente no sucedió.
En esos momentos, fui auxiliado por bomberos de algún cuartel con cascos negros, tal vez de Vuelta de Rocha. Creo que estaban instalando un bombín en las cercanías. Cuando lograron despegarme de aquella masa viscosa, un borceguí quedó en el fondo del agujero. Tuve que tirarme a sacarlo con toda paciencia, ya que había hecho una ventosa importante. Si algún lector de esta historia estuvo allí y recuerda el detalle, le pido me avise de qué cuartel se trataba. Vaya para ellos mi eterno agradecimiento.
Tal vez se piense que todo esto duró una hora o mas. En realidad solo minutos, que fueron días para mi.
Lo que siguió después es ya conocido: con los cuarteles hermanos de Vuelta de Rocha, Sarandí, Domínico, Bernal, Echenagucía, Avellaneda, La Boca, Lanús, Prefectura, Policía Federal y tantos otros que fueron tomando su lugar en el combate con el correr de los días, se combatió el siniestro tal vez más impresionante de nuestro país. Durante nueve días ardió en el Canal Dock Sud —enclavado entre tanques de combustibles de todo tipo y en zona de refinerías— el buque petrolero argentino “Perito Moreno”, con llamas visibles desde La Plata y Uruguay, y el humo desde los satélites.
En un par de días se cumplirán 30 años de aquel siniestro que nos dejó marcados a quienes participamos activamente y a la población. Pasado el tiempo, y hoy con el orgullo de ser bombero en el cuartel de San Telmo – Puerto Madero, no olvido el valor de mis compañeros pasados y actuales, que es el principal factor para que toda mi vida me sienta orgulloso de ser BOMBERO.
Nota de edición: El siniestro sucedió en Dock Sud, Partido de Avellaneda, primer cordón del sur del Gran Buenos Aires
Por Sergio Lema
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Lo que hizo Trump contra el Presidente de Ucrania mostró su traición a Occidente para beneficiar a su antiguo socio, el dictador, criminal, mafioso e imperialista de Putin.
Con este gesto está pagando viejas cuentas que le debe al ruso desde la campaña de su primera elección presidencial.
Además Trump eligió un escenario público, frente a periodistas y funcionarios en la oficina donde reside su poder, como muestra de su machismo y gangsterismo extremo.
Esto es inaudito. Seguramente no fue la primera vez en la historia que un dirigente de este calibre se enfrenta verbalmente a otro, pero hasta donde sé, esto solo paso en un ámbito reservado y cuando termina el enfrentamiento ambos polemistas se muestran juntos y en paz.
Trump rompió elementales normas de convivencia, frente a un aliado necesitado, pero esto oculta que frente a un rival de envergadura seguramente solo puede agachar la cola.
Zelensky reaccionó con dignidad, con se amilanó y se fue dando un portazo, sin firmar los acuerdos comerciales que iban a discutir, en señal de clara dignidad soberana de la resistencia ucraniana.
El mundo está en manos de gansters. Los chinos siguen haciéndose los distraídos, sabiendo que nada tienen para perder en todo esto. Y mucho para ganar.
Los europeos están con Zelensky porque saben que si le va muy mal a Ucrania, irán por ellos, mientras Trump, como buen traidor a Occidente, no hará nada.
Los europeos saben que deberán pagar las peores consecuencias cuando la nueva orda staliniana los invada.
Siempre el gran e interminable problema de Europa fue Rusia. Desde la Primer Guerra Mundial hasta ahora. De ahí vienen las amenazas, la crueldad, el salvajismo y la aún primer potencia, Estados Unidos, esta vez no estará para respaldarlos.
Ucrania es la primer línea defensiva de Europa, que además esta asediada por los musulmanes que ellos mismo recibieron desde un primer momento, pero que ahora solo buscan imponer sus ideas y formas de vida, destruyendo el baluarte de Occidente para imponer su oscurantismo medieval.
Más que nunca debemos de apoyar a Ucrania, ya sabiendo que se cayó la careta al gran embustero de Trump. Como se deben de sentir los cientos de miles de inmigrante ucranianos y sus descendiente en los Estados Unidos?.
La traición duele muchísimo, pero más duele la caída al traidor.
Trump acaba de condenar a su país a la decadencia de su estatus de única gran potencia. Los chinos se refriegan las manos.
Donde quedaron los históricos "principios yanquis" de defender la libertad, la democracia, proteger al débil? Cosa que los habilitó siempre para intervenir donde quisieron y sin importar las circunstancias. Algunas veces para bien, pero otras para causar mucho daño justamente a esos principios.
Europa sostendrá a Ucrania, hasta donde pueda. No se ceró aún este capítulo. Es más, esto ayuda a unificar aún más a los europeos y asumir una real y distinta cuota de poder en el mundo. No se han acobardado y van para adelante.
Podremos estar viendo el fin del imperio de más corta duración en la historia de la humanidad?. Porque esto podrá pasar con Estados Unidos.
Zelensky se convirtió en un verdadero Hetman (jerarquía de caudillo, líder) de todo un país y de una causa universal que va contra el autoritarismo, el exterminio humano, la destrucción material, la libertad, la democracia y los valores de Occidente.
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