Ya se dijo todo en torno al resultado del partido entre Racing e Independiente del domingo pasado, pero quiero analizar el mismo desde otra mirada.
El fútbol se convirtió en una fuente inagotable de violencia, negocios turbios, asociaciones mafiosas, fuente de presiones políticas.
Es un proceso que viene desde hace años, pero que en la última década y media o dos, llegó a niveles nunca vistos antes.
Desde la dramatización de los resultados se pasó a una fuente de recursos inimaginables para unos pocos “allegados” (trapitos, reventa de entradas, puestos de comidas, venta de alcohol y cosas más “pesadas”, etc).
Pero quiero hacer referencia a la dramatización de los resultados.
Los enfrentamientos que se dan en la sociedad son absolutos y llevados a los extremos de violencia sin límites. Todo se resuelve con emboscadas, tiroteos, apuñalamientos, pedradas, corridas de gente aterrorizada.
Perder un partido, además, es causa de interminables cargadas que pueden extenderse a días y días, haciendo insoportable la convivencia entre simpatizantes de distintos equipos. Más allá de no ir trabajar al día siguiente del partido, para algunos se convirtió en algo rutinario y hasta folclórico.
Pero si el resultado de ese partido donde uno ganó y otro perdió, alguno lo puede calificar de humillante, como fue escaso del último clásico Avellaneda, realmente me alegra que ante un marco tan exageradamente dramático, no se acepte que hinchas del equipo visitante concurran al estadio.
¿Se imaginan que hubiera pasado el domingo se había hinchada de Independiente en la cancha de Racing?.
Seguro estaríamos hablando de una verdadera batalla campal, apenas terminara el encuentro o en las pocas horas siguientes. Esto podría haber llevado a una tragedia.
Con este contexto solo espero que nunca más se permita la entrada de las hinchadas de los equipos visitantes a un estadio de la Argentina.
No podemos permitirnos una catástrofe originada por el fanatismo, por el falso amor a los colores, por orgullo, por humillación, o por ningún otro motivo.
Podrá pensar algún lector que estoy exagerando, que esto no pasó, pero el nivel dramático que tomó este resultado, más los malos antecedentes que poseemos, me impone desplegar una alerta preventiva.
Recuperemos las ganas de vivir en paz, de festejar un triunfo, pero con la moderación que impone la buena educación. Y si hay inadaptados que gustan y viven de la violencia, hay que desterrarlos aplicando con crudeza y rudeza las leyes.
dp