Breve análisis de la corrupción
Robert Kliegaard, doctor en Economía de la Universidad de
Harvard, fijó un índice que establece que la corrupción es directamente
proporcional a la concentración de poder económico y/o político (Monopolios) y
al manejo de la Discrecionalidad inter pares (complicidades), e inversamente
proporcional a la Transparencia de los actos de gobierno: C= M + D – T .
Esta fórmula es muy útil para entender que una mejor comprensión de la corrupción se da cuando, en vez de atacar los casos de corruptos más sonados en los medios, prestamos más atención a la corrupción sistémica, entendiéndola como la textura de la cual brotan y son promovidos los hechos de corrupción. En efecto: es más útil definir las fronteras de la red de circunstancias, hechos, hábitos sociales y culturales que generan la tentación de corrupción y las vías para concretarla, que perseguir a los hechos puntuales que surgen imprevistamente, aunque “vendan bien” en los medios. En todo caso, puede vigilarse y hasta sorprender y apresar a los corruptos como gesto inmediato, policíaco y asistémico de gobierno, pero teniendo en cuenta que al mismo tiempo, es necesario no perder de vista el contexto, el sistema que se ha generado -junto a las circunstancias que lo han hecho posible, el metacontexto- para conseguir una futura protección de toda la sociedad. En otras palabras: no se debe creer que matando a un perro rabioso se habrá acabado con la rabia. Hay que entender que si los esquemas de operación contra la corrupción se realizan lejos del enfoque sistémico, lo único que se logra es perfeccionar el sistema de corrupción, porque si bien éste perderá a un miembro del conjunto (el coimero detectado y apresado), al mismo tiempo se le estará informando al sistema acerca de cuáles son sus puntos débiles… lo cual redundará en el perfeccionamiento del sistema de corrupción, fomentándolo en vez de aplacarlo.
En este sentido, conviene entender el rol de los sistemas legales.
Esta fórmula es muy útil para entender que una mejor comprensión de la corrupción se da cuando, en vez de atacar los casos de corruptos más sonados en los medios, prestamos más atención a la corrupción sistémica, entendiéndola como la textura de la cual brotan y son promovidos los hechos de corrupción. En efecto: es más útil definir las fronteras de la red de circunstancias, hechos, hábitos sociales y culturales que generan la tentación de corrupción y las vías para concretarla, que perseguir a los hechos puntuales que surgen imprevistamente, aunque “vendan bien” en los medios. En todo caso, puede vigilarse y hasta sorprender y apresar a los corruptos como gesto inmediato, policíaco y asistémico de gobierno, pero teniendo en cuenta que al mismo tiempo, es necesario no perder de vista el contexto, el sistema que se ha generado -junto a las circunstancias que lo han hecho posible, el metacontexto- para conseguir una futura protección de toda la sociedad. En otras palabras: no se debe creer que matando a un perro rabioso se habrá acabado con la rabia. Hay que entender que si los esquemas de operación contra la corrupción se realizan lejos del enfoque sistémico, lo único que se logra es perfeccionar el sistema de corrupción, porque si bien éste perderá a un miembro del conjunto (el coimero detectado y apresado), al mismo tiempo se le estará informando al sistema acerca de cuáles son sus puntos débiles… lo cual redundará en el perfeccionamiento del sistema de corrupción, fomentándolo en vez de aplacarlo.
En este sentido, conviene entender el rol de los sistemas legales.
El delincuente, sabemos, es aquel que se aleja de la ley. El
corrupto a quien se le ha ‘pinchado’ el teléfono o se lo ha filmado cobrando
una coima, es un delincuente porque se ha alejado de la ley. Pero el contexto,
el tejido que originó, promueve y sostiene al corrupto, sufre un fenómeno
diferente. Para que surja el contexto de corrupción, es necesario que sea la
ley la que se haya alejado de la sociedad.
Hay políticas que inducen a la corrupción y políticas que ayudan a prevenirla.
Los sistemas legales que se estructuran en función de una ganancia inmediata,
sin marco de prevención hacia el futuro (sin proyecto de Nación) son sistemas
legales basados en leyes de coyuntura, con un gran contenido de demagogia y
populismo, y con discursos de poder que promueven la idea de un paraíso siempre
cercano, logrando establecer la ilusión de soluciones mágicas a los problemas
básicos de toda sociedad… Y todos sabemos que, ante el pensamiento mágico, no
hay lugar para el camino largo, angosto y constructivo de las leyes en el marco
de una República.
En el contexto de los sistemas populistas de gobierno, con
una relación a-legal (esto es, sin aparato judicial ni legislativo, o muy
debilitados) entre el líder (en alemán: ‘führer’) y el pueblo, el pensamiento
mágico del beneficio inmediato sin el marco de la ley, termina alejando a toda
ley de la sociedad. En tal situación, el entramado del poder pierde la
capacidad de autocontrolarse y el conjunto se vuelve totalmente poroso a la
invasión de la corrupción… hasta que ésta se convierte en sistema y
desnaturaliza al Estado.
Pero cuando existe un sistema de ideas que separa a las
metas de las circunstancias del momento, esto es: que cambia a la felicidad
social inmediata por una búsqueda racional y justa de esa felicidad, entonces
el aparato legal se vuelve inteligente y, ante la inevitable imperfección
humana, el conjunto sabrá cómo ajustarse y defenderse. Un sistema orgánico de
ideas; un proyecto de Nación sin propuestas mágicas y con un propósito social
de conseguir maduración intelectual y moral, son los únicos reaseguros contra
el inevitable y omnipresente peligro de la corrupción.
Autor: Horacio Ramírez
Autor: Horacio Ramírez
dp
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