ARGENTINO. LIBREPENSADOR. CRONISTA. COMENTARISTA. BLOGUERO. INVESTIGADOR HISTORICO. GUIADAS CULTURALES: RECORRIDOS POR BUENOS AIRES ESPECIALIZADOS EN INTERPRETACION DE SIMBOLOS, HISTORIA Y SOCIEDADES INICIATICAS. E-mails: danielpena1872@gmail.com o daniel_pena1872@yahoo.com.ar
miércoles, 17 de agosto de 2011
HOMENAJE A SAN MARTIN
Transcribo la carta que el Libertador San Martín le dejó al pueblo peruano al despedirse de su tierra.
En momentos como los que vivimos, donde el honor y la palabra no valen nada, cuando reina de corrupción y los valores morales son insignificantes, dejo estas línes como ejemplo de lo que deberíamos ser y pensar.
Pueblo Libre, 20 de septiembre de 1822
Presencié la declaración de la independencia de los estados de Chile y el Perú; existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar al imperio de los Incas; y he dejado de ser hombre público. He aquí recompensados con usura diez años de revolución y guerra. Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado (por más desprendimiento que tenga) es temible a los estados que de nuevo se constituyen. Por otra parte, ya estoy aburrido de oír decir que quiero hacerme soberano.
Sin embargo, siempre estaré pronto a hacer el último sacrificio por la libertad del país, pero en clase de simple particular y no más. En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas (como en lo general de las cosas) dividirán sus opiniones. Los hijos de éstos darán el verdadero fallo. Peruanos, os dejo establecida la representación nacional. Si depositáis en ella una entera confianza, contad el triunfo; si no, la anarquía os va a devorar.
Que el acierto presida a vuestros destinos y que estos os colmen de felicidad y paz.
José de San Martín
Fuente: www.elhistoriador.com
Video sobre San Martín y la Masonería
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EL ESCUDO ARGENTINO
Un investigador francés destaca la similitud de nuestro emblema con un salvoconducto usado por miembros de un club revolucionario masónico francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793.
Corría el año 1987 y, con la debida anticipación, Francia estaba inmersa de lleno en los preparativos para celebrar el bicentenario de la Revolución Francesa de 1789 con la pompa y el esplendor que evidencia el espíritu galo en las grandes ocasiones. Nada era dejado al azar.. Todo era minuciosamente previsto, estudiado y supervisado por una Comisión constituida especialmente a esos efectos y por el ministerio de la Cultura y la Comunicación. Un Programa de 315 páginas consignaba centenares de actividades a desarrollar en Francia y el extranjero. Así, por ejemplo, en esa suerte de catálogo se anunciaba un coloquio en la Sorbona destinado a examinar la influencia de la Revolución sobre los movimientos independentistas en la América Latina.
Toda la nación se aprestaba a asociarse a los festejos que culminarían el 14 de julio de 1989 al conmemorar la toma por el pueblo de París de la fortaleza medieval y prisión de La Bastilla, símbolo del despotismo monárquico, que dos siglos antes había sido el punto de partida de la más profunda transformación política e institucional de buena parte del mundo.
He creído oportuno mencionar esos preparativos porque considero que, ante la proximidad de nuestra propia celebración de aquí a cuatro años, deberíamos analizar a fondo lo hecho en Francia a raíz de esos fastos para beneficiarnos con tales experiencias.
En esas circunstancias, y siendo embajador en ese admirable país, recibí una carta en la cual un caballero interesado en nuestra historia me sometía a una consulta que no dejó de sorprenderme. Preguntaba cuándo y por qué motivo la República Argentina había adoptado oficialmente como escudo nacional el emblema del que se valían como laissez-passer los miembros de un club revolucionario francés para acceder a la Asamblea Legislativa entre 1790 y 1793.
En apoyo de su petición acompañaba copia de una ilustración que figura en la obra La Revolución Francesa, de Michel Vovelle (Tomo 3° página 216). Asimismo quería saber si el diseño había sido obtenido por un argentino durante ese turbulento período o llevado por un jacobino que podría haber viajado para combatir por la independencia argentina.
La similitud con nuestro escudo como podrá apreciarse por la reproducción que acompaña esta nota era tan acentuada que no dejó de sorprenderme. Sobre todo teniendo en cuenta que esa credencial era utilizada dos décadas antes de que la Asamblea General Constituyente de 1813 resolviese adoptar el conocido blasón nacional. La curiosidad planteada en términos tan precisos estaba pues plenamente justificada. Como, por mi parte, no tenía ninguna explicación al respecto, tuve que contestarle a mi interlocutor que intentaría satisfacer su demanda consultando a alguien que tuviese cierta versación en la materia.
Intenté conseguir la obra de Vovelle, historiador marxista que interpreta a su manera los sucesos del levantamiento popular contra el régimen de Luis XVI, pero no fue fácil. No había sido distribuida en el comercio y sólo podía adquirirse por una suscripción particular en una editorial vinculada al Partido Comunista.
Me dirigí entonces a la Biblioteca Nacional donde fui recibido muy cortésmente por quien era la Directora del Departamento de Grabados y Fotografías, Laure Beaumont-Maillet, quien conociendo el motivo de mi visita ya había hecho los preparativos para exhibirme el emblema en cuestión conservado con todo cuidado en un voluminoso cartapacio clasificado con la denominación “Código de la Colección Qb.1 Año 1793”,que indica el orden interno en que está ubicado en esa repartición. Con inocultable orgullo por la pieza histórica que mostraba ante mis ojos, me proporcionó otras informaciones.
Las iniciales “BR” que aparecen en un círculo bajo la cinta roja que une a los laureles significan “Bibliothèque Royale”, razón por la cual también está incluida la corona real. Las letras “Lat” que se ven en el borde derecho del escudo, a la altura de los rayos segundo y tercero del sol, corresponden a la “Colección Latarrade” de la que formaba parte esa estampa y cuyo propietario del mismo nombre vendió una parte a la Biblioteca Nacional en 1841. A su vez, la familia de Latarrade, en 1863, donó a la misma institución otros quince mil grabados, de donde surge que la proveniencia del referido emblema está perfectamente certificada.
La directora agregó que, en su opinión, el movimiento del azul de la mitad superior del escudo, que se asemeja a pequeñas olas, podría indicar que los diputados que lo usaban como credencial para ingresar a la Asamblea Nacional provenían de una región marítima de Francia. Por último, tuvo la gentileza de entregarme varias fotos de distintos tamaños y a todo color sacadas por el fotógrafo oficial de la Biblioteca.
Con esos datos y aprovechando un viaje a Buenos Aires conversé con Bonifacio del Carril, amigo de juventud, a quien expuse con lujo de detalles cómo había llegado a mi conocimiento el tema. Al ver la reproducción de la estampa revolucionaria no pudo reprimir su entusiasmo exclamando que ese documento bien podría llenar un gran vacío en nuestra historia dado que, en lo concerniente al escudo nacional, se desconoce quién hizo el dibujo que sirvió de modelo para hacer el cuño respectivo. Señaló que algunos autores han expuesto diversas teorías en ese sentido, pero que en realidad no han sido sino meras especulaciones carentes de toda base documental. En particular, porque las Actas de la Asamblea comúnmente denominada del Año XIII, que podrían haber arrojado alguna luz, desaparecieron después de 1852 cuando los vencedores de Caseros, que se instalaron en la casona de Juan Manuel de Rosas en Palermo, las incluyeron en un inventario.
De los textos de investigadores como Dardo Corvalán Mendilaharsu, Carlos Roberts, Agustín de Vedia,Luis Cánepa, surge prácticamente un consenso de lo que se sabe con certeza y de lo que se ignora acerca del origen de nuestro escudo patrio. Se sabe que la Asamblea, con el propósito de ejecutar actos soberanos, comisionó al diputado por San Luis, don Agustín Donado, que se encargara de la confección de un sello para autenticar los escritos del gobierno en reemplazo del utilizado hasta entonces con las armas reales de España, y que además serviría para acuñar la primera moneda nacional, “uno de los atributos esenciales de la soberanía”, según Joaquín V. González.
Está también probado que Donado confió esa tarea al grabador cuzqueño radicado en Buenos Aires Juan de Dios Rivera y que, con el cuño por él tallado, fueron sellados algunos documentos emanados de la Asamblea; por último, en el Archivo General de la Nación figura el decreto del 12 de marzo de 1813, por el cual
la Asamblea General Constituyente, con las firmas de su presidente, Tomás Valle, y el secretario Hipólito Vieytes, ordena “que el Supremo Poder Ejecutivo use el mismo sello de este Cuerpo Soberano, con la sola diferencia de que la inscripción del Círculo sea la de supremo Poder Ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata” . Con esa formalidad quedó registrada la fecha cierta de la creación de nuestro escudo, por más que “El Redactor de la Asamblea” publicara la noticia el día siguiente.
A partir de ahí empiezan las divergencias y la incertidumbre acerca de quién fue realmente el autor del diseño respectivo. Ha sido atribuido al mismo Donado,al tallador Rivera, al artista peruano Isidro Antonio de Castro y a Bernardo de Monteagudo, entre otros, pero siempre haciendo la salvedad de que no existen constancias concluyentes que permitan sostener con total seguridad a quién de los nombrados cabe asignarle la paternidad del escudo. O sea, que es un debate sobre meras suposiciones.
Corvalán Mendilaharsu, que investigó a fondo este problema, admite que “ no se conoce precisamente al autor o inspirador del sello, ni los fundamentos filosóficos y políticos determinantes de los jeroglíficos que lo integran, lo que ha mantenido este asunto en una desesperante oscuridad para los investigadores Como para los demás interesados en penetrar el concepto de símbolo máximo”.
Para suplir esa “desesperante oscuridad” proliferaron las interpretaciones un tanto antojadizas del significado que tienen las manos unidas, el gorro frigio o de los libertos romanos, la pica, los laureles, el sol incásico y demás elementos, pero ninguna de ellas nos acerca a la verdad histórica.
El misterio subsiste desde hace 193 años. Tal vez el emblema revolucionario francés de 1790 pueda aportar una perspectiva diferente que aliente a los historiadores a tratar de develar la incógnita.
Autor: Carlos Ortíz de Rozas. Embajador argentino en Francia (1984-1989)
Publicado en MasoneriaNet. Año 1 Nro. 16
dp
martes, 16 de agosto de 2011
SAN MARTIN EN EL EXILIO
PALABRA DE HONOR
Ya casi no se habla de la Palabra de Honor, ha sido borrada de algunos diccionarios por que esta fuera de Tiempo. Si gustas saber que significa tener: palabra de honor, lee la siguiente anécdota: ESOS ERAN HOMBRES.
Los hijos del HEROICO COLEGIO MILITAR han hecho siempre honor a su plantel, y como muestra es este relato. En el año de 1892 murió don Carlos Fuero.
Una calle en la ciudad de Saltillo, Coahuila y una en Parral, Chihuahua, llevan su nombre. Ese homenaje y más merece por el hecho que ahora voy a narrar.
A la caída de Querétaro quedó prisionero de los Juaristas el General don Severo del Castillo, Jefe del Estado Mayor de Maximiliano. Fue condenado a muerte, y su custodia se encomendó al Coronel Carlos Fuero.
La víspera de la ejecución dormía el Coronel cuando su asistente lo despertó. El General Del Castillo, le dijo, deseaba hablar con él. Se vistió deprisa Fuero y acudió de inmediato a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que don Severo había sido amigo de su padre.
– Carlos — le dijo el General, — perdona que te haya hecho despertar. Como tú sabes me quedan unas cuantas horas de vida, y necesito que me hagas un favor. Quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor manda llamar al padre Montes y al licenciado José María Vázquez.
– Mi General– respondió Fuero, –no creo que sea necesario que vengan esos señores.–
– ¿Cómo? — se irritó el General Del Castillo. — Te estoy diciendo que deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia, ¿y me dices que no es necesario que vengan el sacerdote y el notario?
– En efecto, mi General – repitió el Coronel Republicano. – No hay necesidad de mandarlos llamar. Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que usted regrese.
Don Severo se quedó estupefacto. La muestra de confianza que le daba el joven Coronel era extraordinaria.
– Pero, Carlos — le respondió emocionado. — ¿Qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?
– Su PALABRA DE HONOR, mi General — contestó Fuero.
– Ya la tienes — dijo don Severo abrazando al joven Coronel.
Salieron los dos y dijo Fuero al encargado de la guardia:
– El señor General Del Castillo va a su casa a arreglar unos asuntos. Yo quedaré en su lugar como prisionero. Cuando él regrese me manda usted despertar. –
A la mañana siguiente, cuando llegó al cuartel el superior de Fuero, General Sóstenes Rocha, el encargado de la guardia le informó lo sucedido. Corriendo fue Rocha a la celda en donde estaba Fuero y lo encontró durmiendo tranquilamente. Lo despertó moviéndolo.
– ¿Qué hiciste Carlos?, ¿Por qué dejaste ir al General?
– Ya volverá — le contestó Fuero. — Si no, entonces me fusilas a mí y asunto arreglado.
En ese preciso momento se escucharon pasos en la acera.
– ¿Quién vive? — gritó el centinela.
– ¡México! — respondió la vibrante voz del General Del Castillo — Y un prisionero de guerra.
Cumpliendo su PALABRA DE HONOR volvía Don Severo para ser fusilado.
El final de esta historia es muy feliz. El General Del Castillo no fue pasado por las armas. Rocha le contó a don Mariano Escobedo lo que había pasado, y éste a don Benito Juárez. El Benemérito, conmovido por la magnanimidad de los dos militares, indultó al General y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra Fuero. Ambos eran hijos del COLEGIO MILITAR; ambos hicieron honor a la Gloriosa Institución.
ENTONCES SE FORMABAN “HOMBRES DE HONOR”
Este texto fue tomado del libro “La otra historia de México, Díaz y Madero, la espada y el espíritu”, de Armando Fuentes Aguirre.
Fuente: http://www.desdecuba.com/mason/?p=3599
dp
viernes, 12 de agosto de 2011
LA RICHMOND
No estaré hoy para darle un abrazo simbólico de despedida a mi vieja Richmond.
Una de las peores tormentas con granizo que vi en mi vida, me deja en casa.
Día tormentoso para una triste despedida.
Con una globalización en todo su esplendor otro maldito negocio (de los negreros de Nike) quiere ocupar ese predio.
Pero todavía hay gente que quiere pelear contra los molinos de viento e intenta hacer algo para evitar el cierre de uno de los Bares Notables de Buenos Aires.
Borges lo frecuentó, muchos “Cajetillas” y bohemios, también; sus mesas de ajedrez le daban el toque “intelectual” o distinguido, pero con sabor a barrio, a “rrioba” con tinte porteño. Algo inconfundible.
Cuando apenas tenía 18 años comencé a frecuentar la Richmond para jugar al billar, con un amigo que falleció hace poco más de un año, a los 50. Triste final el de Juan Miguel. Después de décadas de sufrimiento el alcohol y las heridas sentimentales acabaron con él.
Mi primo Mario Taras nos acompañó varias veces. El tampoco ya está, un derrame cerebral se lo llevó a los 40 y pico.
Recuerdo la primera vez que entre al Salón de Billares de la Richmond: pedimos mesa, esperamos una eternidad. Cuando me la dieron sentí que iba a entrar a la “Catedral”.
Aprendí a jugar en el Club Sarmiento, de Sarandí, a 3 cuadras de mi casa. Un vecino, que después resultó ser el "armero" de los Montoneros, me enseñó lo básico, Cacholi.
En el 76 la Policía y el Ejército lo vinieron a buscar. Lo fusilaron en la puerta de su casa. Todavía están los impactos de bala en una vivienda vecina.
En el Sarmiento vi las demostraciones de uno de los Navarrita. Un genio. La metía hasta en el bolsillo del saco de un fulano que se paraba a dos metros del paño.
Claudio Diéguez me enseño mucho también. El era más chico que yo, pero jugaba “un montón”: falleció hace poco, le explotó el corazón.
Corchito era “el maestro” el más joven que todos nosotros, un pequeño Maradona de la mesa, después se volvió loco.
Pero un día me animé y entré a la Richmond, era el “Wembley” para mi.
Estaba nervioso, me tocó salir a mi y …¿que me pasó? La primera bola la tiro afuera.
Comenzó a rebotar a todo lo largo del salón, los golpes secos de la bola sonaron como cañonazos.
Se hizo un silencio de muerte, me miraban todos; me quería morir. ! Trágame tierra ! Fueron segundo trágicos e interminables.
Tuve que correr para alcanzar la bola, estaba colorado como un tomate. .....me dije a mi mismo: chau…fuiste. Te sacan a patadas.
Por suerte no lo hicieron!
Seguí frecuentando el lugar.
Arriba me tomaba mis Negronis o Colas de Mono, tragos largos antiguos, de otra época, pero sabrosísimos. Aun los sigo tomando cuando puedo, aunque ya casi no los preparen, fueron reemplazados por otros más “cool”.
Ahora, cada vez que paso por la Richmond me acuerdo de esos días y de mis amigos Juan Miguel, de Claudio, Corchito, mi primo Mario, Cacholi.
Cuanta tragedia vive una persona, cuento solo algunas. !Cuantos recuerdos !....
Se me pianta un lagrimón.
Estas líneas involucran a 5 personas. Tres de ellas ya no están, uno está "piantao".
Quedé solo. ¿La "parca" o la locura me andan rondando? ¿Una especie de maldición por la profación de alguna tumba del faraón será la Richmond para mi? Puede ser.
Desde ya advierto: les costará "uno y la mitad del otro" llevarme.
Pero los buenos momentos siempre ganan, en cantidad y calidad, y aun aquellos que terminaron mal, los tuvieron.
"Nadie muere mientres quede alguien para recordarlo", dijo alguien. La Richmond tampoco morirá porque ya está en la historia grande de mi Buenos Aires querido.
Si será importante este lugar que hasta me sacó los recuerdos afuera y me indica que debo homenajear a mis seres queridos.
dp
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