LIBRO:
LA PIPA DE NÁCAR
de NADINE CRAUSAZ
Versión original en francés, en Amazon
https://www.amazon.fr/Che-Guevara-derniers-Nadine-Crausaz/dp/1549848259
ADAPTACION, ASESORAMIENTO, CORRECCION: DANIEL EUGENIO PENA dp
TRADUCCION: IGNACIO RODRIGUEZ
Soy un aventurero aparte. Soy un aventurero que arriesga su vida para hacer que sus verdades triunfen.
La acción se sitúa en Bolivia, Argentina y Cuba, entre octubre y diciembre de 2006.
Esta ficción relata la búsqueda de Clorinda Ostipik, periodista franco-suiza, que desde hace poco tiempo se dedica a la fotografía. Viaja a Bolivia para hacer un documental. Pero el destino va a llevarla tras las huellas del revolucionario argentino Ernesto Che Guevara. Se entera de que un hijo natural del Che viviría en esa zona, en algún lugar entre Cochabamba y Santa Cruz. El Che, muerto en La Higuera el 9 de octubre de 1967, habría tenido una relación con una paisana de la región de San Juan en agosto de 1967. Este hijo habría nacido en Mayo del ’68.
Clorinda, que además recibió misteriosas revelaciones de un chamán Inca, realiza una investigación. Encuentra el rastro del supuesto hijo y los dos van a vivir finalmente una aventura épica que los conducirá de La Paz a La Habana, pasando por Buenos Aires. Durante la peripecia, deberán burlar a los servicios secretos cubanos, bolivianos y a la CIA, que les pisan los talones.
A lo largo de esta epopeya la joven encuentra documentos secretos, un manuscrito del Che Guevara, una especie de testamento. Con todo su rigor periodístico, realiza una investigación y descubre a un personaje apasionante, desconcertante, el Che Guevara, este héroe de la revolución cubana, en torno a quién se construyó un mito luego de su muerte en 1967.
Junto a ella, Juan, un boliviano algo marginado, se da cuenta de que quizás él sea el hijo del Che y parte a la búsqueda de este padre, universalmente conocido pero casi anónimo para él y para Clorinda, de quien se enamora. Viajan a Cuba con una identidad falsa y Juan descubre por casualidad que un joven médico personal de Castro, hallado en Bolivia y repatriado a La Habana por los servicios secretos cubanos, es su hermano gemelo. Deciden encontrarse con él y convencerlo para que los ayude a reunirse con Fidel Castro y arreglar cuentas pendientes.
Cuando la leyenda es más bella que la realidad, cuenta la leyenda (John For, El hombre que mató Liberty Balance).
Al Che Guevara, que me inspiró durante todos estos meses de búsqueda.
A Philippe, Evelyne, Béatrice, Diane, Christine, Janine, Anne Catherine, Julien, por el aliento y la relectura.
A Alain, por sus consejos pertinentes.
A Alexis, en particular por la relectura y las sugerencias.
A Miriam, Arminda, Leo, Jacqueline, Rolandito, Alexander, Chela, de La Habana.
COMO TODAS LAS VERDADES QUE LES CONTARON DURANTE ESTOS ÚLTIMOS CINCUENTA AÑOS, TODO LO QUE ESTÁ ESCRITO EN ESTE LIBRO ES PURA FICCIÓN, AUNQUE SE APOYA EN HECHOS HISTÓRICOS REALES Y PONE EN ESCENA PERSONALIDADES QUE APARECEN BAJO SU VERDADERO NOMBRE. CASI TODO LO QUE DICEN ES INVENTADO.
CAPÍTULO 1
Los editores de los diarios no piensan en los pasajeros de avión. Mira esto, el formato de L’Equipe está definitivamente mal adaptado, incluso para business class, vocifera Clorinda mientras repliega como puede las grandes páginas del periódico deportivo y lo acomoda debajo de su asiento.
El avión de TAM sobrevuela el Atlántico. Clorinda salió de París hace seis horas. Quedan otras tantas hasta San Pablo. Pero no tiene sueño. A ella que le gusta tanto viajar nunca hubiera imaginado una mejor situación para festejar su cumpleaños. La medianoche se acerca, es el momento de saborear una buena copa de champagne para condimentar dignamente el acontecimiento.
Desde que había abandonado las salas de prensa y los campos de juego para comenzar su nueva vida, la cotización de la fotógrafa no dejó de subir, de París a Roma pasando por Moscú. Sus exposiciones habían sido un verdadero éxito en todas partes de Europa. El premio que le otorgó la Sociedad Internacional de Fotógrafos por un emotivo documental sobre el Dalai Lama, le dio recientemente un nuevo estatus. Por supuesto que dedicó esta distinción suprema a su maestro Kimbei, Y este premio la incentivó para seguir su búsqueda de lugares sagrados o secretos, de los personajes místicos, incluso míticos, a través del mundo entero. Clorinda no reniega de sus orígenes. Hizo sus primeras armas como periodista de campo, haciendo encuestas o reportajes. Un camino más bien atípico para esta bella y aguerrida mujer, independiente, franca, directa. Su carácter enérgico le permitió imponerse en el mundo machista del fútbol.
Clorinda va a desembarcar directamente en Santa Cruz de la Sierra, en el oriente boliviano. Le prometió a su amiga Elisabeth visitarla en la ciudad de Samaipata. Bolivia golpea a su puerta por segunda vez. Su primera visita a este país fascinante había sido muy colorida. Apenas diez días después de su llegada, el tiempo justo para adaptarse a la altura y para dominar mal que mal el soroche, se había encontrado medio por casualidad con el líder del MAS (Movimiento al Socialismo) Evo Morales, que hacía su campaña electoral en diciembre de 2002, en los alrededores de las minas de Potosí. La había invitado a acompañarlo en el Chapare durante el fin de semana electoral. Un verdadero huracán socialista soplaba sobre Bolivia.
Ella había pensado hacer un estupendo documental sobre este Aymará que había desafiado la historia y había provocado una conmoción en el escenario político del país antes de generar un verdadero sismo en el continente cuando fue elegido en diciembre de 2005. Pero Clorinda teme un poco pisar suelo boliviano, nuevamente al borde del caos y de la guerra civil. Había sido testigo privilegiado de los bloqueos, de los cortes de ruta que paralizaron todo el país. Para escapar al caos de las manifestaciones de La Paz, tomó el primer vuelo, que partía hacia Sucre, la ciudad más bella de Bolivia, sin duda alguna.
Elisabeth le preparó una cálida bienvenida con todos sus amigos. Los niños decoraron el patio. Su amiga, enfermera, hace benevolencia en un dispensario ambulante en las comunidades vecinas. Una idea suya, con la ayuda de dos médicos cubanos enviados por Fidel Castro. Se instaló hace diez años en ese rincón del país, sobre el antiguo camino de Santa Cruz a Cochabamba, en la provincia de Florida, a mil seiscientos metros de altura sobre el nivel del mar. Samaipata tiene el nombre adecuado, significa en quechua “reposo en las alturas”. Con sus cincuenta bien llevados, Elisabeth se fue de Francia para ir a vivir en paz a Bolivia, donde sus ingresos son más modestos pero le permiten tener una vida más agradable. El destino así lo quiso.
Pablo preparó el asado y su esposa Alice se ocupó de la música. El jardín está adornado de magníficos bosquecitos colorados, buganvillas que largan un olor delicioso, con el rocío que perla sobre el pasto recientemente cortado. La temperatura es fresca pero la terraza cubierta es el lugar ideal para pasarla bien en esta época del año. El frío es cortante durante la noche, pero los días son agradables cuando el sol lanza sus rayos.
— ¿Y querida?, ¿cansada del viaje?—, Pablo deja un momento la churrascaría para oír noticias de Clorinda y de Francia, donde vivió durante veinte años. Se había establecido en el 9e arrondissement y era dueño de un bar de tapas muy frecuentado en aquella época.
— Estoy haciendo un documental en la región, después voy a ir a Perú. Tomo fotografías de las construcciones incas. Pero voy a dejar mis cosas algunos días aquí, para poder recuperarme un poco del cambio horario.
Pablo se pregunta siempre qué bicho le picó para dejar París, sus strass y sus paillettes, por este pequeño rincón de la tierra aislado de todo, hostil. Por más que fuera boliviano, sentía que nunca podría borrar del todo su ser francófilo. Nunca se parecería a los cholos, a sus compatriotas, bastante tercos, a veces obstinados, totalmente ignorantes del savoir vivre y de la higiene. Y estaba harto de la mentalidad celosa y de la gente cerrada sobre sí misma y que desconfía de todo.
Clorinda desembala todos los ingredientes de los Alpes franceses de donde Elisabeth es originaria: queso, carne secada y alcohol de genciana, claro, que había metido en su equipaje y que había llevado a Bolivia tras burlar los controles aduaneros:
— Incluso coimeé al controlador de la aduana con cincuenta dólares. Pero el punto es que mañana o pasado mañana voy a ver el famoso Fuerte—, le dice a Elisabeth, que le pregunta por sus planes para los días subsiguientes.
— Estoy ansiosa por volver a ver a Don Pablo, sabes, el guía que me había hablado tanto de este lugar en 2002.
En el avión Clorinda había tenido tiempo para estudiar su guía de la región. Tiene la firme intención de aprovechar su estadía para conocer también la Serranía de los Volcanes, La laguna volcánica, en la cadena de volcanes, a algunos kilómetros del Parque Nacional Amboro.
CAPÍTULO 2
Clorinda se levanta temprano y ordena un poco las cosas que había llevado a su habitación el día anterior. Manipula con precaución sus máquinas de foto y las saca de las valijas anti-choque, especiales para protegerlas. A primera vista, todo el material está intacto. La obsesiona la idea de que algo se estropee durante el viaje, o que se extravíe entre dos aeropuertos y se pierda para siempre.
A la tarde, acompaña a su amiga al mercado. Es un verdadero deleite para los sentidos. El color de la mercadería, las cholitas cordiales “¿Qué va´ llevar?”. Es cierto que a esos precios, da ganas de comprar todo.
Luego las dos se sientan en la terraza la Vaca Loca, un pequeño pero agradable bar que tiene la gran ventaja de estar frente a la plaza de la ciudad. Así, constituye un extraordinario y estratégico lugar de Samaipata, para ver y para ser visto.
— ¿Necesitas algo del almacén? Voy a comprar cigarrillos y a cambiar dinero—, le pregunta Clorinda a Elisabeth.
Al regresar diez minutos más tarde, Clorinda encuentra a Elisabeth en conciliábulo con un apuesto hombre, que ni siquiera se toma el trabajo de presentarle. Cuando el hombre vio a Clorinda quedó súbitamente eclipsado:
— Es Marcos, un amigo de mi hija Mina. Nunca adivinarás lo que me acaba de contar—, le dice Elisabeth a su amiga.
— De cualquier modo se hubiera podido presentar. Qué mal educados son estos bolivianos.
— No te enojes por tan poca cosa. Son así, desconfiados, temerosos. Es la naturaleza de ellos.
— Volvamos a casa. No quiero que la gente escuche nuestra conversación—, dice Elisabeth en alusión a un grupo de franceses que había en la mesa de al lado.
Cuando regresan a la casa, Elisabeth se toma su tiempo. Entra al baño, se arregla el cabello y prende un cigarrillo.
— ¿Entonces? Este Marcos, ¿qué te dijo de tan cautivante? Como te haces rogar…
— Y bien, cómo quizás ya sabes, la ciudad de Samaipata está ligada a la historia de Ernesto Che Guevara, el célebre revolucionario argentino que murió muy cerca de aquí, en La Higuera, en octubre de 1967.
— Sí, escuche vagamente hablar de ello. Me crucé con un fanático del Che en mi primer viaje. ¿Te acuerdas de Eduardo, el argentino? Pero no conozco esta historia en detalle. Continúa, has despertado mi interés, dice Clorinda soplando su taza de café caliente, esto me hará cambiar un poco de aire.
— El Che, o sus compañeros en todo caso, es un hecho, habían ocupado la ciudad en julio de 1967 para comprar víveres y medicamentos. Esto figura en el diario de viaje del argentino, que menciona Samaipata. Pero no se sabe si él mismo vino o no a la ciudad. No lo especifica en su Diario. Según varios testimonios el Che en persona habría entrado a Samaipata en julio del ’67.
— ¿Ah sí? ¿Y por qué tantas dudas sobre su llegada a la ciudad?
— Todo el mundo aquí dice haberlo visto pero la versión según la cual estaba tan enfermo de asma que debió quedarse varado en una casucha en el sortidor, en la entrada de la ciudad, al costado de la ruta nacional, es la más plausible. De hecho, nunca habría venido a Samaipata y todos los que dicen haberlo visto muy posiblemente mientan.
— Debía estar muy mal el pobre—, dice Clorinda con un tono un poco despiadado.
— Espera que sigue, dice Elisabeth. Un rumor, el que Marcos me contó hace un rato en la plaza, dice que el Che se habría refugiado en las aldeas vecinas mientras todo el ejército y la CIA le pisaba los talones. Una familia de paisanos lo habría alojado en su pequeña plantación, aislada de todo, entre San Juan y Samaipata. Estaba muy delgado, siempre presa de sus terribles crisis de asma.
Clorinda mira boquiabierta a su amiga. No sabe prácticamente nada sobre el Che Guevara. Y le parece raro imaginarse que este famoso revolucionario pisó el suelo de este pueblecito y de la región, hace treinta y nueve años. En esa época, ella vivía en Francia y recién aprendía a hablar desde lo alto de sus dos años.
Elisabeth sigue con su relato:
— Pero todavía no sabes lo mejor. La pareja de granjeros lo habría cuidado y la solterona de la familia habría sucumbido ante su encanto. Y pasó lo que tenía que pasar… De este idilio nació un niño. ¿Te das cuenta?
Clorinda se queda sin voz. Creía haber visto y oído todo en este mundo. Pero esto superaba el límite de lo imaginable.
Elisabeth prosigue:
— Y además, si se comprueba que dejó embarazada a una muchacha de aquí, claro que el Che nunca se enteró porque desapareció del mapa antes de ser arrestado en La Higuera donde fue ejecutado en octubre de 1967. Si fue concebido en agosto o septiembre del ’67, el cálculo es sencillo. Este niño tuvo que haber nacido en la primavera siguiente, en abril o mayo del ’68.
— ¿Te das cuenta?, ¡Un hijo del Che que habría nacido en mayo del ’68, en plena rebelión estudiantil en Francia! Empieza a gustarme tu historia. Este nacimiento sería muy simbólico.
— Pero déjame terminar, se impacienta Elisabeth, emocionada con la idea de acercarle una primicia a su amiga periodista.
— Para preservarse, a sí misma y a su hijo, la joven había declarado haber sido violada. Evidentemente, nunca develó la identidad del progenitor, prosigue Elisabeth, muy contenta de deslumbrar a su compañera. ¿Todavía no sabes el final de esta historia rocambolesca? Y bien, este hijo, según Marcos, estaría por la zona. Y me propuso encontrarlo. ¿Qué piensas? ¿No es genial?
Clorinda necesita aire. Recién comienza a recuperarse del cambio horario, lo que oye quizás sea sólo un rumor. Pero literalmente la paraliza:
— ¿Pero qué es esta historia descabellada? ¿Te das cuenta Elisabeth? El hijo del Che. No salgo de mi asombro. Para una primicia, ¡Es una primicia!
— Vas a hacer la tapa de Paris Match y la apertura del JT de PPDA si lo encontramos, dice la enfermera, muy orgullosa de sus revelaciones.
Clorinda ya se imagina en el piso de TF1 con el hijo del Che al lado.
— Al menos debería parecerse a su padre. ¡Guau! Pero si esta historia es verdadera, si este rumor se confirma, ¿sabes dónde ir buscar a este joven? ¿Vive por aquí?
— Por lo que sabe Marcos, se trataría de un hombre que se parece mucho al Che. Me dio algunas precisiones: es un buen cholo, un paisano valiente, no muy instruido, que aparentemente viviría en San Juan y que naturalmente no sabe nada acerca de sus orígenes.
— Y tiene prácticamente mi edad. ¿Crees que está casado? Quizás tenga alguna chance…
— Creo que te estás apresurando un poco querida. Creí que estabas enamorada de nuestro Presidente. Él todavía está soltero. Dice que está casado con Bolivia ¡Maldito Morales!
Mirando la puesta del sol detrás del bosque de eucaliptos erigidos como torres de control sobre la ladera de la colina que bordea el barrio residencial de La Glorieta, Clorinda se deja llevar y piensa en lo que le dijo su amiga.
¿Pero qué quería llevarse por delante este Che Guevara? Además, Elisabeth ¿habría sido una fanática, de las que usan remeras para rendirle tributo, que blanden su puño reivindicativo en las manifestaciones o que recorren los stands de la fiesta de la Huma y arengan a la multitud gritando “Vamos compañeros”? ¿Habría conocido de memoria la letra de la Internacional: “es la lucha final” y todo lo que sigue? ¿Se habría emocionado con la idea de encontrarse con esta reencarnación del hombre más completo del siglo XX? Pero a Clorinda no le interesa el Che.
De pequeña sólo se interesaba por el fútbol, su padre la llevaba a todos los estadios y ella estaba orgullosa de compartir su pasión. Eligió su profesión para complacerlo. Un día, cuando estaban sentados en las tribunas del Parc des Princes, ella le había preguntado por qué se hablaba tanto de Mao, Lenin, Kennedy y Karl Marx, y por qué no integraban la selección nacional.
Para ella, el hombre más completo del siglo XX fue Alfredo Di Stéfano. ¡Mira! También un argentino, pero un superdotado en un ámbito completamente distinto: el fútbol.
Clorinda conoció a la hija mayor de Di Stéfano, Nanette, en Barcelona. Le había mostrado los recuerdos de la familia y le había confesado que su padre en persona había reparado en el pibe de oro, Diego Maradona, en los suburbios de Buenos Aires, antes de que fuera conocido. Pero el Real Madrid nunca lo quiso. Barcelona, en cambio, había manifestado su devoción por el joven prodigio en los albores de su carrera. Ella no era una mujer chapada a la antigua, pero creía que si hubiera habido más tecnología en aquella época, las hazañas de Di Stéfano y compañía habrían provocado tanta sensación como las de Pelé o Maradona:
— ¿Conoces a Diego Maradona? Bueno, usa un magnífico tatuaje del Che en su brazo derecho. Vi un documental sobre él de un cineasta argentino, Javier Martínez Vázquez, en el festival de cine latino de Toulouse. Maradona ostenta un bello tatuaje del Che e incluso tiene otro de Fidel en la pierna. Y está muy orgulloso de ello. Bah… ¡Es cualquier cosa!
— Cambiando de tema...mi hija Mina te invita a hacer una cabalgata hasta Piedras Blancas. No es cerca pero es una linda excursión para todo el día. Y el paisaje es verdaderamente fabuloso. Te va a gustar, además vas a cambiar un poco de aire.
— Bueno, ¿por qué no? Pero hace mucho que no ando a caballo.
— Este momento me servirá para distenderme y para dejar de pensar un poco en estos rumores sobre el Che—, conjetura Clorinda. Pero todos los caminos la conducen a él Che. Para colmo, en el transcurso de este agradable paseo, sus nuevos amigos le hacen descubrir una región donde el guerrillero argentino y sus hombres instalaron su campamento improvisado en medio de la nada, en compañía de serpientes corales y enormes arañas.
— Incluso tenemos suerte, explica Mina, poniéndose en movimiento para alimentar el fogón y hacer cocinar allí el pollo que va servirles de cena. En aquella época, el Che y su tropa no podían encender impunemente un fuego para hacerse de comer o para calentarse. Corrían constantemente el riesgo, tanto de día como de noche, de que los descubrieran por las columnas de humo o el resplandor de las llamas.
— Pero nosotros tampoco tenemos centenares de soldados que nos pisan los talones, dice riendo Carmelo, su novio, que masca una bola de hojas de coca y patea una tarántula que casi se quema en el fuego. Al ver este enorme bicho Clorinda queda petrificada. Sufre de aracnofobia pero no dice una palabra, por miedo a que Carmelo la asuste, aunque jugando, no por maldad.
CAPÍTULO 3
Clorinda se levanta muy temprano al día siguiente. Toda la familia está durmiendo. La naturaleza también. El aire de este comienzo de primavera es tonificante. Los gallos van de aquí para allá haciendo su pequeño concierto. Responde el eco de un perro errante. Clorinda toma un café fuerte, se masajea un poco la parte baja de la espalda dolorida por el paseo del día anterior. Empuña su cartera y sin esperar más regresa al sortidor para ir al Fuerte en taxi y así poder hacer un primer reconocimiento del lugar. El Fuerte de Samaipata figura en su itinerario de viaje. Se siente feliz de comenzar así su documental. El día está lindo. Tiene suerte y la va a aprovechar.
Al cabo de quince kilómetros de camino pedregoso y surcado por las lluvias torrenciales del último verano, el chofer la deja en la entrada y promete esperarla al menos una hora. Según él, tiempo suficiente para subir el sendero escarpado que la conducirá hasta la cima del Fuerte, recorrer el lugar y bajar por un camino señalizado.
— ¿Usted no viene conmigo?
— No, me duele un pie. Pero Don Pablo anda siempre por ahí. Seguro que lo encuentra. Sabe más sobre el Fuerte que todos nosotros juntos.
De pronto se encuentra sola, en medio de un paisaje majestuoso que conjuga todas las gamas de verde. Una naturaleza exuberante, a pesar de la sequía de la estación invernal, con frondoza vegetación hasta perderse de vista, bosques de coníferas que sujetan sus raíces en las piedras de las primeras estribaciones de Los Andes.
A lo lejos se dibuja el parque Amboro, que esconde en sus repliegues inquietantes su flora y su fauna fantásticas. Un poco sofocada por el esfuerzo, Clorinda llega a la gigantesca piedra del Fuerte. Con los años esta roca perdió la majestuosidad. El viento, la lluvia, y la falta de mantenimiento de este lugar maravilloso crearon en la piedra grabados gigantes. En 2004 un incendio inmenso devastó la vegetación. La fuerza de las llamas también alcanzó la piedra y la ennegreció completamente.
Antes de que la UNESCO se interesara por este tesoro de la historia y decidiera incorporarlo a su patrimonio, los autóctonos se subían a la roca, hacían picnic, tomaban sol como lagartos y dejaban detrás de ellos toneladas de detritus. Algunos dejaron allí huellas débiles pero indelebles, hechas con navaja, del estilo “Miriam para toda la vida”. La piedra más tallada del mundo todavía conserva íntegro su secreto. ¿Para qué servía exactamente? Las teorías abundan, como por ejemplo que era un gigantesco altar de sacrificios humanos, o incluso una más estrambótica: que sirvió de base para los OVNI. Según los más eminentes ufólogos, la región tiene fama de ser teatro de numerosas apariciones de objetos voladores no identificados. Pero lo cierto es que el Fuerte es más antiguo que Machu Pichu y que, como las famosísimas ruinas peruanas, este lugar de culto guardará su misterio todavía por mucho tiempo.
— No está mal que sea así. ¿Por qué los hombres deben siempre explicarlo todo, se trate de las líneas del desierto, de Nazca a Perú, las estatuas de la isla de Pascuas, las pirámides de Egipto o las piedras de Stonehenge en Inglaterra? Dice Clorinda para sí acercándose a la inmensa masa gris rojiza.
Con gran sorpresa, descubre sentado más abajo a un sacerdote inca vestido con bella indumentaria de ceremonia, descalzo como exige la costumbre, realizando un ritual al pie del lugar sagrado, justo delante de los nichos encastrados en la base de la pared.
El guía del Fuerte, Don Pedro, está como loco. Cuando la ve a Clorinda, se precipita sobre ella, con el último aliento, al borde de un ataque de nervios.
— Es increíble, increíble. No sé qué hace aquí Manca Pichu. No sabía que hoy había un ritual. ¿Se da cuenta? Hace veinte años que trabajo aquí de lunes a lunes. Nunca vi algo parecido. Este gran sacerdote de Tiwuanaku sólo sale para las celebraciones del solsticio de verano, y siempre me avisan con anticipación para hacer los preparativos. Para mí que es un caso de fuerza mayor. El tono de Don Pedro no deja dudas acerca de la seriedad de la situación.
Va más lejos aún, como para agravar ese momento irreal:
— Dirigió la ceremonia de purificación en enero pasado, en Tiwanaku, cuando Evo Morales fue entronizado como líder espiritual de todos los pueblos indígenas.
— Sí, mire usted, seguí la ceremonia de Tiwanaku por televisión. Fue impresionante de hecho… no me acuerdo para nada de él, pero bueno, es cierto que había mucha gente ese día, con unos trajes raros…
Clorinda conoce a Don Pedro por comentarios. Lo vio la primera vez que visitó Samaipata. Le había hablado del Fuerte con tanta pasión que ella le prometió volver y hacer el tour con él. Esa era su intención aquella mañana, pero no esperaba un recibimiento así. La sorprendió verlo en medio de esa crisis nerviosa, de ansiedad incluso.
El sacerdote no manifiesta sorpresa alguna cuando la fotógrafa, acompañada del viejo guía, se acerca a él. Inciensos encendidos a su alrededor emanan el olor agrio de la coca. Está haciendo una ofrenda a la Pachamama, la Madre Tierra. Clorinda ya había asistido a este tipo de rituales. De pronto, el chamán la mira fijo, los ojos negros como el carbón, y se dirige a ella en quechua. Parece amenazante. Intrigada, Clorinda saca con total discreción su pequeña cámara digital que lleva siempre en el bolsillo del pantalón.
Don pedro precisa:
— Este chamán desarrolló técnicas para dominar el sueño lúcido y los viajes astrales. Lo conozco bastante bien, me ha iniciado en algunas de sus prácticas. Puede confiar en él. Es un de los más grandes sacerdotes en actividad del Altiplano. Si está él, francamente, es serio. Don Pedro da un paso hacia el fuego que larga humo blanco, signo de que la ofrenda a la Pacha Mama, ha sido aceptada por los espíritus del lugar. Duda un largo momento y decide inclinarse hacia el chamán. Clorinda sólo oye breves fragmentos de la conversación.
— Musuq runa. Runapacha Min taripay wajman, pujyu, Copacabana, mosoj wawita, rijch'akuy, mama qonqachi, llojsiv, askuy, suti, maki, irki…
Clorinda queda estupefacta. Reconoce el quechua en las extrañas palabras del hombre viejo, desdentado, con una bola de hojas de coca en la boca. Prefiere callarse y filmar la escena, con discreción, cuidando que su cámara no llame la atención del Inca. Don Pedro le hace señas para que retroceda un poco y se arrodilla cerca del sacerdote.
Lo que le repite en español, volviéndose de pronto hacia ella, no representa ninguna indicación en concreto. No son más que fragmentos, palabras entrecortadas. Esto la pone nerviosa como nada en el mundo. Pero el viejo guía no le dice nada para aclarar el asunto. Está atento al torrente de palabras del sacerdote. Su dicción es veloz. Apenas respira entre dos frases.
— llawsa suru. Pablo se vuelve otra vez hacia el chamán, luego se dirige a Clorinda.
— La admira a usted profundamente, murmura el guía. De verdad. No se ría. Estoy atónito… yo…
No le veo la gracia a todo esto, piensa la joven. Pero no dice una palabra. Como si el viejo brujo, con su magia y sus dones sobrenaturales, fuera capaz de infiltrarse en sus pensamientos y de leerlos, incluso los más profundos. La joven no entiende nada. Su mirada trasluce incredulidad, miedo e interrogantes.
— Es una energía que se dirige especialmente hacia usted a través del cuerpo del chamán, intenta explicar Don Pedro. Se trata del Hombre nuevo, respetable, irse a otra parte, fuente, Copacabana, parecer, bebé, perturbado, engañar, triunfar, de nuevo, un nombre, manos, niños.
El sacerdote, prosigue su letanía sin prestar atención al dúo incrédulo que tiene delante.
— Para mí, se atreve Don Pedro, que continúa como puede con la traducción simultánea, usted tendrá que encontrar la huella del bebé que guarda un parecido asombroso con el hombre nuevo o que se transformó en el hombre nuevo o que se va a transformar en el hombre nuevo. Espere. Uh… se pone complicado… espere… se va a sobreponer a una mentira. Usted tiene que hacer conocer esto al mundo entero. También tengo que hablarle de Copacabana, de una gran traición. Si relata estas revelaciones podrá cambiar el curso de la historia, o al menos restablecer la verdad. Tiene que remontarse a la fuente del conflicto y pedir que reparen las actas.
Pablo, serio, se calla. No entiende nada de lo que acaba de traducir. Mira a la joven, también aturdida por lo que acaba de oír. Recupera el aire, entrecortado por el ritmo que el chamán en trance le obliga a sostener, y prosigue.
— Usted tiene que descifrar el mensaje y actuar en consecuencia… no tiene otra alternativa. Por ahora no puedo decirle nada más pero cuando llegue el momento recibirá otros signos, otras revelaciones. Quédese tranquila, los espíritus no quieren hacerle ningún mal. Al contrario, la necesitan. Particularmente uno de ellos. Es alguien muy cercano a usted. Dice que necesita sus manos… el espíritu que habla a través del sacerdote dice que usted es sus manos para seguir su misión.
— Si, claro, y como en la serie Misión imposible, el mensaje se autodestruirá en treinta segundos, masculla desconcertada la periodista. No, espera, ¿estoy soñando? ¿Es X File o la cámara oculta?— Clorinda está furiosa.
De nada le sirve haberse interiorizado en fenómenos paranormales, a ella, que también siguió de cerca a los chamanes curanderos en México hace un año. A Clorinda le cuesta creer que este indio la esperaba allí, en el Fuerte de Samaipata y que le haga soportar este lenguaje completamente surrealista, codificado, en Quechua además, para confiarle una misión de suma importancia para la salvación del mundo.
Don Pedro le da una seudo explicación que no la convence del todo:
— Entró en un estado de trance en el que su alma dejó su cuerpo para subir a los cielos o bajar a los mundos subterráneos. Este brujo se comunicó con espíritus, y fue ayudado por ellos.
— Sí, y algo fumó, no sé qué pero es fuerte—, se atreve Clorinda.
El inca, que había salido de su trance, se levanta sin prestarles demasiada atención.
— Espere Don Pedro, hay que pedirle explicaciones, dice la joven mientras mira al sacerdote partir. No vamos a dejar que se vaya así nomás.
— Es inútil. No se acuerda de nada. Ahora se va a recluir un poco en la naturaleza. Estos viajes son muy duros y pueden provocar estados de crisis. Pero quédese tranquila, está completamente preparado para ello.
Efectivamente, Manca Pichu no parece muy contrariado. Bebe un vaso de alcohol puro luego de haber volcado, como es costumbre, un poco en la tierra para la Pachamama. Luego escupe la vieja bola de hojas de coca masticadas y se lleva a la boca desdentada un puñado de hojas frescas.
Al cabo de algunos minutos, sin haber intercambiado una sola mirada con Clorinda ni con el viejo Pablo, testigos atónitos de esta extraña escena, va empacando sus accesorios en una gran cartera de tejidos coloridos. Sus inciensos siguen desprendiendo unas pequeñas volutas que se arremolinan en el aire puro.
— Cuando el humo se desprende hacia el cielo, a veces se pueden ver rostros. Los de los espíritus del lugar, probablemente, o de espíritus humanos que dejan finalmente su apego a la Madre Tierra para continuar su evolución en el mundo astral—, le explica Don Pedro, para desviar su atención.
— No sé qué fuma, si usa LSD o no sé qué otra planta para entrar en un trance así, pero es impresionante.
— Es ayahuasca, el mejor medio para alcanzar este estado alterado de conciencia.
Pablo conoce sobre el tema mucho más de lo que su apariencia permite presumir. El mismo es adepto a estas prácticas pero a la gringa no le va a revelar ninguna de sus aptitudes. Clorinda cree que el anciano todavía le oculta algo.
Manca Pichu no contó todo su secreto, todo su mensaje del más allá. Clorinda cree que volverá a encontrarlo en su camino. De un modo o de otro, este brujo no la dejará tranquila durante mucho tiempo si ella no hace lo que debe hacer.
— Esa enorme piedra tan enigmática ¿revelará algún día sus misterios?— se pregunta la fotógrafa, que no tiene el ánimo suficiente para preparar su cámara.
Volverá otro día. Sólo desea una cosa: dejar este lugar lo más rápido posible. Se despide del guía sin hacer ningún otro comentario. Los dos se prometen mutuamente volver a verse en el pueblo.
— ¬Hasta mañana—, le dice el viejo agitando el brazo.
— Sí, hasta mañana. Aquí no es “hasta mañana” sino “hasta no sé cuándo”. Hasta algún día…—, balbucea Clorinda que baja a toda velocidad y que casi se tropieza con una raíz y se va a pique por la pendiente escarpada.
— Lo único que me faltaba era romperme la cabeza aquí. Sería el colmo. Aquí yace Clorinda Ostipik, que se tropezó con una raíz, grita a viva voz entre las montañas desordenadas que la rodean. Ningún eco le responde. Un día estaba en una montaña de Suiza reputada por producir un eco fenomenal, había gritado: la vida te desencanta. El eco le había respondido: canta, canta… lo que había provocado la carcajada generalizada de sus compañeros de ruta.
Se nubló, el cielo se cubre de grandes y amenazantes nubarrones. Para ella también el misterio del Fuerte se había vuelto considerablemente más denso, como los cumulonimbus que se aglutinan en este momento sobre su cabeza a una velocidad vertiginosa. Ya en el taxi, recuperó un poco el aliento y el sentido.
— Un café bien cargado para poner las ideas en su lugar, esto es lo que necesito, urgente.
La lluvia hace resbaladiza la ruta y los neumáticos lisos del vehículo no adhieren al barro rojizo que desaparece sobre el camino. En la parte de atrás, Clorinda no presta atención a los insultos del chofer que patina en un atolladero. Tiene los ojos clavados en la pantalla de su pequeña cámara…
— Musuq runa. Runapacha Min taripay wajman, pujyu, Copacabana, mosoj wawita, rijch'akuy, mama qonqachi, llojsiv, askuy, suti, maki, irki.
— Puta, ¿qué es todo este delirio? ¿Quién es el retorcido que me está tomando el pelo así? Ya lo voy a agarrar… al menos se hubiera podido presentar. ¿O todo esto será una maquinación mía?
Pero en el fondo, Clorinda está contenta. Aunque este enigma sea tan confuso como Londres en un día de niebla y aunque por el momento no termine de entenderlo, se siente halagada. Vivió algo fuerte, que sale de lo común. Y esto le gusta.
CAPÍTULO 4
Con el último aliento luego de una carrera por las calles escarpadas del pueblo, Clorinda se detiene ante el portal del jardín. Excepto los perros, que la reciben con los ladridos habituales, la casa está calma. Oye ruidos que vienen del baño y se precipita hacia allí:
— Elisabeth, ven rápido, tengo algo bastante extraño que contarte.
Sin esperar que su amiga salga de la ducha, empieza a contarle la aventura del Fuerte, su encuentro con el brujo, la sorpresa de Don Pablo, sin omitir detalle. Elisabeth está completamente pálida. Está tan sorprendida como Clorinda por esta misteriosa revelación.
— Toma, podrás juzgarlo tú misma, filmé todo. Pero tengo que recargar la batería. Está descargada. Va a tomar algunos minutos.
Apresurada, revuelve su cartera buscando el cable de alimentación.
— No me digas que me lo olvidé en casa, dice volcando el contenido de la cartera sobre la mesa. Ah, no, aquí está.
— Bueno, lo menos que se puede decir es que esta historia es bastante singular.
— ¿Singular? Pero, ¿estás bromeando? Es alucinante.¡Y tenía que tocarme justo a mí además!
— No sé qué decirte. Nunca había oído algo parecido del Fuerte ni de los rituales de los sacerdotes incas en este lugar. Pero aquí en Bolivia todo es posible. No hay que sorprenderse de nada. Y estar preparada para cualquier cosa. Tuve una experiencia muy rara con la brujería. Los chamanes, más bien los que poseen ciertos poderes, los brujos, pueden tranquilamente hacer magia blanca o negra o las dos. Y se dice que los de la región de Tiwanaku son los más eficaces.
— Justamente, este hombre, el chamán del Fuerte, es de la región de Tiwanaku. Don Pablo me aseguró que era una eminencia—, dice muy excitada Clorinda, todavía notoriamente shockeada por esta experiencia inédita e insólita.
— Déjame terminar mi historia para probarte hasta qué punto nada de esto es cuento. Estuve enferma prácticamente durante un año entero a causa de estos rituales de magia negra. Los médicos estaban completamente desconcertados. Me atiborraron de medicamentos de todo tipo. Nada me hacía efecto. Un día una amiga fue a ver al brujo del pueblo y le llevó una foto mía. Entonces comprendí que era víctima de la magia negra. Elisabeth hace una pausa, prende un cigarrillo y le ofrece uno a su amiga.
— Y bien, nunca me hubiera imaginado que en el siglo XXI fuera posible una cosa así.
— Aquí la gente se la pasa o yendo a ver al brujo y encargando trabajos para saldar cuentas con sus vecinos o yendo a ver al curandero para anular los sortilegios del brujo. Tierra de cementerio arrojada durante la noche en los alrededores de las casas, patas de pollo o de conejo, y toda clase de hechizos de magia negra, son moneda corriente aquí. Las prácticas de los brujos tienen notoriedad pública.
Elisabeth hace una pausa:
— Pero nunca me lo habías dicho…—, se sorprende Clorinda.
— Tenía tanto miedo de que el cuadro se agravara, que no le dije nada a nadie.
Elisabeth se emociona mientras recuerda esta pesadilla.
— Un amigo vino a casa y realizó dos nuevas ofrendas a la Pachamama. Me dio una poción asquerosa, hecha con pedazos de serpiente y no sé qué otro espantoso bicho, para que me la untara en el cuerpo, de la cabeza a los pies, y un talismán que me colgué del cuello.
— ¿Y entonces? ¿Qué pasó después?—, se inquieta su amiga.
— Me empecé a sentir mucho mejor. Todo se calmó. Bueno, ya hablamos bastante de cosas feas. Voy a hervir agua para las pastas. Quiero creer que tienes hambre.
— Sí, la verdad que sí. Mientras voy a preparar dos caipirinhas. Es la hora del aperitivo. Creo que nos lo merecemos—, reclama Clorinda.
Se pone a picar hielo y a exprimir limones fervorosamente pero no puede dejar de darse máquina. ¿Cómo pudo meterse en semejante despelote? ¿Por qué se encuentra justo en el medio de estas dos historias, este hijo del Che y este ritual inca en el corazón de la selva boliviana? Ella que vino a América del Sur en busca de algunas semanas tranquilas, sólo para tomar algunas fotografías, sobre todo para no hacerse mala sangre. Nada más. Sin hombres, stress, embotellamientos, obligaciones ni problemas. En fin, era lo que creía. Tiene que desengañarse.
Interpela vivamente a su amiga que quedó de pie en posición estoica:
— Cualquiera diría que se pusieron de acuerdo para arruinarme el viaje. No sé lo que piensas, le dice a Elisabeth, con quien se encuentra en la galería, bañada de rayos de sol que colorean el paisaje con magníficos tonos de un rosa pastel que hubieran hecho estremecer de alegría a Monet, su pintor preferido.
— ¡Siempre tan exagerada! La situación no es tan desesperante.
— Sí, es mi costado neurótico innato. Clorinda se acomoda, prende un cigarrillo y observa las volutas desprenderse en el aire puro y fresco de ese día espléndido.
A lo lejos, ruidos sordos de martillo resuenan desde la plaza del pueblo. Los empleados de la municipalidad se preparan para la fiesta de la santa patrona de la parroquia.
— Estas historias me parecen insólitas, dice Clorinda con una taza de café en la mano.
— Eh, oh… Time Out. ¿Tienes muchas de estas historias? Por el momento, estoy cansada y no entiendo nada de todo este circo.
Clorinda cierra los ojos y piensa.
— No es posible. ¿Estoy meada por los perros o qué?
Tiene la impresión de que el destino adora jugarle malas pasadas y sorprenderla en cada esquina. Desde que empezó el día Clorinda siente como si la tierra quisiera tragarla.
Se sirve un vaso de limonada:
— Para volver a nuestro asunto, no sé qué piensas. Habitualmente, soy muy pragmática. Me parece más razonable lo que me dijiste sobre un posible hijo vivo del Che Guevara que lo del mensaje del chamán desde el más allá, que no tiene ni pies ni cabeza. Pero esta noticia sobre el hijo del Che, aquí, en el corazón de Bolivia, es completamente inverosímil. ¿Por qué nadie lo supo antes? ¿Por qué nadie lo hizo público? ¿Cómo se mantuvo todo en secreto hasta ahora?
Mientras recuerda el episodio del Fuerte, no puede olvidar el rostro demacrado del chamán, su mirada perdida, su ser absorto, el viaje extático, la comunión con las almas que transportan ese extraño mensaje. Clorinda se precipita hacia la habitación y sale blandiendo con orgullo su cámara recargada:
— Mejor todavía, ahora tengo el sonido y las imágenes.
Clorinda está entusiasmada con la idea de ver desfilar las imágenes del trance.
— Por suerte el viejo no protestó cuando vio que encendía mi cámara de video. Está todo aquí. Ahora sólo hay que descifrar.
— Estás bromeando, con el tamaño que tiene tu cámara no la habría visto ni siquiera si hubiera estado despierto. Es ultra sofisticada tu maquinita. ¿Quién te da esta clase de aparatos? ¿El Mossad o la CIA?
Clorinda conecta su cámara y hace desfilar la secuencia. Elisabeth se calza los anteojos y ve la sesión de espiritismo del chamán.
— Pásame las imágenes. Voy a tomar nota. Hay indicios, cosas. ¿Qué me dijiste? El hombre nuevo o Copacabana. ¿Te dice algo esto?—, pregunta Elisabeth.
— De algo estamos seguras: Copacabana es el nombre de la famosísima playa de Río de Janeiro—, proclama Clorinda.
— Te equivocas querida, también es el nombre de un pueblo de por allá arriba, a orillas del lago Titicaca, en la frontera con Perú. Además a la playa brasileña le pusieron ese nombre por esta localidad boliviana. No al revés. Me inclinaría más bien por esta segunda posibilidad. Es paso obligado para ir a las Islas del Sol y de la Luna.
— ¡Justo!, había programado ir a esas islas antes de Tiwanaku y Perú para seguir mi documental. Pero no sabía que Copacabana quedaba allá arriba, al borde del lago.
Elisabeth se ríe:
— Es increíble, esta clase de historias sólo se te ocurre a ti. No vas a tener que desviarte ni un ápice del itinerario que programaste para tus fotos. ¿Te diste cuenta? Tiene que ser un signo…
Elisabeth vuelve a analizar las imágenes que registró en la filmadora. Toca la tecla “pausa”, se levanta y camina por la terraza de un lado a otro.
— Bueno, no es que yo sea vidente ¿pero si hay una relación entre todas estas cosas? ¿Entre la noticia sobre el hijo del Che y tu encuentro con el chamán? Le dice de pronto y sin demasiado cuidado Elisabeth a su amiga, que ya estaba bastante confundida.
Clorinda se queda sin voz. Elisabeth aprovecha:
— Francamente Clorinda, mi intuición me dice que quizás exista una relación entre tu estadía aquí, esas curiosas noticias que me contaron sobre el presunto hijo del Che y tu encuentro con el chamán Inca. Te digo que estos dos asuntos pueden tener que ver uno con el otro. El chamán habla de un bebé ¿No podría ser justamente este hijo del Che?
— Bueno, es un bebé medio grande… tiene treinta y nueve años ¿Anotaste bien?—, pregunta la fotógrafa.
— Claro. Anoto todo lo que me dices. Y es tan confuso como el mensaje del chamán.
— A mí lo que más me llama la atención es lo del hijo del Che. ¿Cómo pudo suceder una cosa así?—, vuelve a preguntar la joven.
— Bueno… como en la mayor parte de los casos. Deberías probar, sabes, hacer un bebé…
— Pero no papanatas, quiero decir que esto no se haya hecho público, que nadie antes que nosotras haya escuchado esta historia. Soy periodista, no te olvides. Este tipo de noticia puede ocupar la tapa de todos los diarios del mundo. Si damos con la huella de este hijo nos haremos ricas. Podrás adoptar a todos los niños del pueblo.
— No sé. Bolivia es un país con muchos misterios, con muchos secretos. Quizás sólo sea una leyenda, una más… Pero tú misma lo dijiste, estas historias bien podrían estar relacionadas.
dp