viernes, 18 de abril de 2008

William Shakespeare, ¿existió?



Escribir teatro no es tarea fácil. Detrás de la más sencilla obra dramática hay mucho trabajo. Y si el texto es bueno, además hay talento. Pero si una obra de teatro trasciende los siglos, las lenguas y las culturas, su autor es genial. ¿Dónde está la fórmula de la genialidad? ¿Cómo escribir una GRAN obra de teatro? ¿Existe la receta? No. Podríamos decir que hay que tener la capacidad de conocer los sentimientos más eternos y contradictorios. Hay que descubrir los aspectos inmutables del corazón y la mente humana; hay que fascinar al lector/espectador con palabras y conceptos. Con sagaces citas citables. O sea: hay que ser William Shakespeare. El héroe. El más grande. El poeta inglés William Shakespeare ES, de un modo contundente. Existe.
Todos tenemos claro el romántico (y mortal) concepto definido como «Romeo y Julieta». No hace falta haber leído la obra ni saber quién la escribió. ¿Quién la escribió? ¡William Shakespeare! ¿Verdad que lo podemos asegurar? Pero en el mundo académico muchos lo dudan.

¿QUIEN ES EL IMPOSTOR?

Desde 1780 se empezó a dudar de la existencia de Shakespeare. El reverendo James Wilmot viajó a Stratford on Avon y en su búsqueda sólo encontró a un Gulielmus Shakespere, carnicero y luego comerciante nada destacado.
A partir de ahí han surgido un sinfín de investigaciones y organizaciones que niegan la autoría del bardo inglés. Los candidatos a ocupar su puesto son muchos.
Christopher Marlowe es uno de los elegidos. Sus partidarios aseguran que un espía ateo con una vida apasionante y aventurera se asemeja más a un héroe shakespeareano, que el pequeño burgués hijo de comerciante que fue William. Desde 1885, la Bacon Society aboga por los derechos de Francis Bacon. Según sus asociados, la erudición sobre las leyes y la incisiva filosofía natural que se despliega en las obras de Shakespeare, sólo podía venir de un brillante legista como Bacon. Pero el rival más fuerte de Shakespeare es, sin duda, el Conde de Oxford, Edward De Vere.
En 1922 se fundó la Shakespeare Authorship Society, que pretende imponer a De Vere como autor de todos los textos adjudicados al dramaturgo. Incluso un descendiente del conde recorre las universidades ofreciendo conferencias con pruebas «irrefutables» de la paternidad autoral de su ancestro. En Estados Unidos la teoría de «el otro autor» ha encendido apasionadas discusiones. Mark Twain y Henry James estaban convencidos de que no existían evidencias sobre la existencia de Shakespeare.
Y si fue Oxford el autor, ¿por qué renunció al éxito? Según Daniel Wright, profesor de literatura inglesa en la Universidad de Concordia en Portland y director de la Conferencia Anual sobre Edward De Vere, razones sobran.
La invención de la imprenta permitió la publicación de literatura anónima fuera del control del Estado. La Inglaterra isabelina no estaba dispuesta a permitir el desorden y la propagación de ideas foráneas o reprobables. Se establecieron rígidas regulaciones para controlar la propagación del pensamiento.
Las imprentas debían tener permiso o eran destruidas. Los escritores «peligrosos» eran encarcelados, los libros «subversivos», incautados. Durante toda la historia del teatro, este ha sido visto como un medio de infiltración de ideas peligrosas. En la Inglaterra de Shakespeare, los teatros se alojaban en los distritos más oscuros de Londres. Esto para que el libertinaje del teatro quedara restringido a vagos y canallas. Muchos dramaturgos de la época fueron interrogados, encarcelados, mutilados y hasta asesinados.
Es cierto que a los escritores no les faltaba razón para hacer publicaciones anónimas. De hecho las primeras obras de Shakespeare fueron publicadas sin adjudicarles autor. Recién a finales del siglo XVI, cuando el poeta era ya célebre, empezaron a aparecer ediciones bajo su nombre.
El profesor Wright explica que es lógico que Edward De Vere, décimo séptimo Conde de Oxford y primo de la Reina Isabel, no quisiera publicar obras teatrales bajo su nombre: un noble tan vinculado a la corte no podía tener relación alguna con el teatro público. Esos textos shakespereanos podían ser interpretadas como sátiras a la vida y costumbres de la corte. (Si así lo creyeron, no se equivocaban).
Es decir que -según esta teoría- Edward de Vere escribió las obras y las firmó bajo el nombre de William Shakespeare. ¿Por qué? La explicación de Daniel Wright resulta insólita, aunque -tal vez- no increíble. Según la mitología griega, la diosa de todas las artes era Palas Atenea. Una doncella que usaba un yelmo con una esfinge.
Cuando la visera del yelmo se cerraba, la diosa se volvía invisible. En su mano derecha blandía una lanza. La conclusión es «to shake»: blandir, «spear»:lanza; Palas Atenea, invisible; «Shakespeare», el dramaturgo invisible. A esto, Wright le suma el hecho de que el blasón del Conde de Oxford como Vizconde de Bulbeck muestra un león inglés blandiendo una lanza rota.
Pero para Laura Cerrato, doctora en Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, estos razonamientos resultan débiles. Si la alta alcurnia de De Vere le impidió firmar las obras, por lo menos pudo haber reconocido los sonetos. Después de todo, la actividad poética no sólo era permitida, sino muy bien vista entre nobles.

¡SHAKESPEARE SI!

El origen socioeconómico de Shakespeare y su «escasa cultura» son dos de los argumentos que utilizan quienes veneran la academia. Sin embargo, para Anthony Burguess, uno de los biógrafos del dramaturgo (sin duda el más divertido), los rudimentos clásicos que William adquirió en la Grammar School de su pueblo eran suficientes..., para un genio. Después de todo Ben Jonson, amigo y rival de Shakespeare, siempre se burló de su escaso conocimiento del griego y del latín, pero nunca cuestionó su existencia.
En el bando de los defensores del autor están los convencidos de que el máximo dramaturgo de todos los tiempos debió surgir de los estratos populares sin la perturbación de un exceso de lecturas. Una visión romántica, según Marjorie Garber, profesora de literatura inglesa de la Universidad de Harvard. Garber aclara que Shakespeare recibió una buena instrucción en la escuela de humanidades de Stratford, y además, sin ser un aristócrata, no pertenecía a un bajo estrato social. Su padre tenía cierta posición económica y jerárquica en su pueblo natal. Conclusión: ni el aristócrata instruido ni el campesino inculto.
Queda poca evidencia manuscrita del bardo inglés. Sólo han sobrevivido seis firmas del autor en documentos legales. Ninguna en sus obras. Se cuestiona su existencia cuando en realidad lo que todos queremos saber es ¿cuál es la genética de un genio? Muchos explican la genialidad de Shakespeare negándolo. Después de todo, Shakespeare no es mortal. Es un mito.
Es lógico querer investigar la biografía de los grandes escritores. Aunque tal vez es más acertado responder a las corrientes de análisis literario que, desde los años setenta, explican la obra no como fruto de la vida del autor, de las circunstancias sociales o de las corrientes estéticas, sino como un dispositivo para ser leído. O -en el caso del teatro-para ser recibido desde la platea.
Como sea. Los académicos pueden seguir investigando la verdadera identidad de Shakespeare. A nosotros, ¿nos importa? Su obra existe y el público sigue asistiendo al teatro, emocionándose siglo tras siglo con sus historias. Descubrir al ¿verdadero? autor de Ricardo III no le agregará más grandeza a la obra. Shakespeare es y será, en todo caso y para siempre, todos sus personajes múltiples y contradictorios.

Claudia Barrionuevo

http://archivo.elnuevodiario.com.ni/2000/mayo

dp

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Daniel.
Muy buena la temática del blog. No sé por dónde empezar porque me interesa todo.
Saludos.
Alejandro Dinamarca

Anónimo dijo...

Digamߋs que nno etoy ϲompletamente ɗeacuerdo
conn el texto, siin embargo creo que est� bien el fondo.Bieen hеcho

Fueոte : Carmen